domingo, 11 de mayo de 2008

La masa está para bollos


"Los partidos políticos carecen de estrategias para atravesar la crisis"

En todas las consultas de opinión, el gobierno baja, la oposición se estanca o crece poco, y los que no se identifican con uno u otro, crecen exponencialmente. Igualmente, parece haber una separación entre la actividad electoral partidista y grupos, y el estado de revuelta que se observa en la calle. Sería interesante establecer una relación entre los dos procesos para ver si lo que está creciendo en los estudios de opinión como no-alineados es lo que se expresa en la protesta que viene recorriendo el país desde abajo.

Oposición y Disidencia. Los partidos -todos- están mal; no sólo acá sino en América Latina. Cuando se verifica esta situación hay quienes pegan el grito en el cielo, porque creen ver una posición antipartidista en lo que apenas es una constatación. En Venezuela, a las razones de época histórica, se añaden otras más específicas, porque los partidos, que ya venían mal desde finales de los 80, han sido asfixiados por el gobierno. Sólo existe, voluminoso y glotón, el PSUV; pero, de todos modos, se encuentra en la sala de terapia intensiva que lo conecta, por todos los orificios, al presupuesto nacional. A pesar del oxígeno y las transfusiones emanadas desde el poder, no puede evitar la crisis que lo tritura.

Aparte de esas circunstancias relativamente independientes de la voluntad de los partidos, existe un proceso de disgregación interna. No es que exista un estado mayor de la antipolítica que ataque a los partidos, sino que es su propio talante doméstico el que ha producido rechazo. Los principales agentes de la antipolítica son los políticos que claman contra ésta, pero que no ven la viga en el ojo propio. Se pelean entre sí y están atravesados por facciones que no son contenidas con el corsé de la disciplina interna.

Por si fuera poco, hay conductas que resultan difíciles de entender. Por ejemplo, nadie puede explicar por qué los partidos no reclaman con energía el resultado final del referendo del 2-D, lo cual constituye un probable anticipo de cómo se van a afrontar las cifras del 23 de noviembre próximo. Por ejemplo, no aparece ningún método a la mano que la sociedad maneje y de la cual participe, para escoger los candidatos para las próximas elecciones. Se dice que se llegará a la unidad, pero los ciudadanos son tratados como espectadores y no como actores de esa selección.

Hablar de primarias es anatema; todo se resuelve en unas hipotéticas encuestas que no es de dudar que se usen, al final, pero después de haber excluido la participación activa de los de la calle. Aunque como signo alentador, los candidatos en Baruta (Armando Briquet, Alfredo Romero, David Uzcátegui, Alfonso Marquina, Daniel Escobar, Leonardo Rodríguez y Yarry Piñango) acordaron realizarlas.

Por su lado, el espectáculo del gobierno ya no puede ser embotellado ni siquiera por Chávez, dados los ánimos y la menguada autoridad presidencial. El desastre interno en las filas gubernamentales sólo es domado por la represión, a través de las inhabilitaciones a los dirigentes opositores, y, en otros, por el "método Chaz" aplicado a los propios, como ocurre con los juicios a los que, de los suyos, el gobierno quiere eliminar del panorama político.

En este marco, en el cual justa o injustamente se censuran los ámbitos partidistas, oficial y opositor, crece como la verdolaga la disidencia la cual se encuentra conformada por vertientes chavistas y opositoras, enfrentadas al régimen y a sus prácticas antidemocráticas, pero que no son canalizadas por las estructuras partidistas. No son tales ni-ni, como si fueran equidistantes del gobierno y de la oposición; al contrario, son opositores de un nuevo modo: desde abajo; no se sienten representados, más que fugazmente, por los partidos, y, mucho más frecuentemente, por personalidades que agitan sus brazos y que, como en un mar intranquilo, aparecen y desaparecen detrás de olas de veinte metros de altura.

Eso Que Parece Una Revuelta. Este desasimiento político y espiritual tiene problemas; no es el más apropiado para estrategias de largo plazo; pero, es el que existe. Los partidos se encuentran ocupados en el tema electoral, cosa absolutamente normal dada la perspectiva de unas elecciones próximas, si es que ocurren. Sin embargo, este proceso de escogencia de candidatos no atraviesa la crisis política sino que se produce en sus márgenes, lo cual genera una sensación de disociación que alimenta la idea de que los dirigentes no se ocupan de los brollos cotidianos sino de unas imprecisas elecciones próximas.

Mientras tanto, la calle coge candela. La respuesta oficial es la de los bomberos carentes de bombas de agua, sin trajes apropiados, que de lejitos y, con caldos de sustancia, pretenden convencer que en el futuro las cosas serán diferentes. Y ese futuro se estira y se estira hasta un punto inobservable en el espacio sideral. El futuro existía en 1999 y en 2000; ya no. Con Chávez, hasta el futuro huele a pasado.

Los partidos carecen de estrategias para atravesar la crisis; aunque incluso la selección de candidatos podría ser inscrita en la dinámica de las luchas sociales. Sin embargo, salvo el esfuerzo de algunos pocos por contribuir a la organización popular, el resto de los dirigentes se cocina en disputas diminutas. Abundan los que quieren reelegirse, saltar de un puesto a otro, o hacer que los candidatos sean sus parejas, hijos, primos, en un espectáculo de ridículas y vergonzosas minimonarquías.

La matanza producida por el crimen impune es imparable, el tráfico en las ciudades insoportable, la inflación en el campo de los alimentos fuera de madre, los centros de salud en el dolor, la educación socialista a punto de ser impartida en carpas dado el deterioro de la infraestructura, los trabajadores organizados sometidos al asedio oficial; circunstancias críticas que no parecen poder ser atravesadas por la acción política consciente, organizada, con claros objetivos y estrategias.

Al final, en vez de una victoria democrática lo que puede haber es un caos interminable que impida al gobierno ser gobierno, pero que no permita una transición pacífica y consensual a una administración de concordia nacional. Este narrador se permite recordar que Argentina, en el marco de la crisis que estalló en 1999, tuvo cinco presidentes desde ese año hasta mayo de 2003, uno de ellos duró una semana, otro dos días y alguno más, un día.

Chavismo y antichavismo parecieran estarse mandando señales de humo para ver cómo se produce una transición suave hacia alguna parte. Ninguna proposición debería ser desechada, ni la de las elecciones venideras ni la de la Asamblea Constituyente; no se sabe cuál puerta habrá que abrir de todas las que ofrece el laberinto. Varias son ficticias y devuelven a la confusión primaria. Nadie sabe cuál es la enigmática puerta salvadora; descubrirla es la tarea.

Carlos Blanco
www.eluniversal.com

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