domingo, 16 de diciembre de 2007

Dos vidas, dos Venezuelas


Patricia lloró cuando se separó de su marido. No quería que su matrimonio con Pedro acabara de esa manera, pero ya no podía seguir aguantando. La discusión sistemática por los asuntos políticos los había llevado a tomar esa decisión. Él es chavista; ella, una «escuálida», como denominó el presidente Hugo Chávez a los opositores. Dos posturas hoy irreconciliables, por mucho que intenten integrarse. Luisana y Ramón han pactado no hablar de política en casa para no tener que romper con el vínculo matrimonial. Ella es escuálida; él, chavista. Y, después de muchas peleas y consejos de los psicólogos, acordaron que lo más saludable era sacar a Chávez de sus vidas para conservar la relación. Ahora se ven felices. Sus divergencias ideológicas ya no los perturban como pareja.

En los hogares venezolanos Chávez se ha hecho omnipresente. Hablan de él en la mesa y la sobremesa, para bien o para mal, desde hace nueve años. Todos están pendientes de lo que dice o anuncia. Antes, las parejas se casaban sin importar que él fuera «adeco» o ella, «copeyana». Ella, de izquierdas; o él, de derechas. Y había armonía familiar, toda la armonía que pueda encontrarse en una familia. Ahora, sin embargo, el antagonismo político es un obstáculo que erosiona los afectos y divide a maridos de mujeres, a padres de hijos, a hermanos entre sí.

Así, los Escarrá, Hermann y Carlos. Dos hermanos, dos abogados de prestigio, dos constitucionalistas, dos profesores universitarios, dos «pesos pesados» y dos posiciones enfrentadas por Chávez. La gente les llama el colesterol bueno y el colesterol malo, adjetivos intercambiables según quien los aplique.

Carlos es uno de los más obsequiosos aduladores de Hugo Chávez: «El presidente viene a ser en nuestra Constitución como el sol que, firme en su centro, da vida al universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua y permanente». Mientras Hermann es, quizá, el más radical de sus opositores, que promueve enfrentarse al «comandante» desde la agitación urbana, y no mediante los votos. Son dos fanatismos hermanados y separados por Chávez. Un obvio trasunto de la sociedad venezolana en pleno, pura carne de psiquiatra.

Hace veinte años, Hermann Escarrá Quintana decidió lanzarse a la arena electoral para hacer frente a Carlos Andrés Pérez. Ya viudo, el padre de los Escarrá, entonces de 62 años, había bregado durante cuatro décadas en las batallas sindicales, a las que saltó desde su trabajo como taquígrafo en la factoría de General Motors. Aunque en el hogar no estuvieran sobrados de recursos, Hermann senior pudo darles una buena educación a sus hijos. Carlos y Hermann Jr. optaron por el Derecho, y ya desde jóvenes emprendieron senderos distintos –socialdemócrata el uno y democristiano el otro; Carlos en la Universidad Central y Hermann en la Católica Andrés Bello–, caminos que se convirtieron en opuestos tras el triunfo de la Revolución Bolivariana.
Carlos y Hermann fueron de la mano –desde el Polo Patriótico en la Asamblea Constituyente– en la redacción de la Carta Magna del año 1999. Hoy, en 2007, el primero fue uno de los 13 miembros elegidos por el presidente Chávez para diseñar los 69 artículos que presentó y fueron rechazados en el referéndum del pasado día 2. Hermann no sólo se opuso a esa reforma que buscaba «perpetuar el poder presidencial», sino, incluso, a la propia consulta, cuya legalidad cuestionaba. Al final, Hermann Escarrá se quedó solo con sus principios en su boicot a las urnas.

Sus diferencias son tales que incluso la valoración de sus relación fraternal es divergente. Hermann asegura que «es cierto que tenemos diferencias de gustos, por eso cuando nos vemos tratamos de evitar estos temas, para no generar discusiones en la familia». Según Carlos, «podemos tener visiones distintas, pero las expresamos y eso demuestra que vivimos en democracia». Lo cierto es que todavía se retratan en familia, pero a regañadientes y para aparentar que no han perdido las buenas costumbres.

«Soy militante del Partido Comunista de Venezuela desde que tenía 12 años. Y estoy con Chávez desde 1988 (cuando comenzó a conspirar hasta 1992, año en que dirigió su intentona golpista)», cuenta Carlos Escarrá a D7. Es el menor de los cinco hermanos. «En mi familia nos queremos mucho. No hay división. Voy a ser el padrino de boda de mi sobrina, la hija de mi hermano Hermann», afirma, aunque reconoce que por el asunto de la reforma constitucional decidieron darse un paréntesis de silencio.

Hermann, en cambio, relata desde su domicilio en La Lagunita: «Hace unos años, sufrimos aquí un intento de secuestro, ordenado por un grupo de senadores. Mi hermano ni siquiera llamó para interesarse por nosotros». Casado con una mujer de ascendencia española, recibe a ABC en su casa con un plato de jamón y otro de queso y una botella de cava catalán con los que pasar su discurso legalista. Alejado de la realidad, quizá tanto como Carlos, se aleja del curso de la historia.

En las pasadas semanas, resultaba sorprendente ver a los dos hermanos por televisión: a uno, defendiendo la reforma chavista; al otro, despotricando contra el proyecto totalitario del dirigente revolucionario. Ex magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, Carlos defendía «la democracia socialista». Hermann, por el contrario, señalaba desde el Comando Nacional de Resistencia que la reforma «suena a fascismo». Y así todo el rato.
Respecto a su hermano, Carlos señalaba que «es un gran tipo, muy inteligente, pero Hermann en lo que no es bueno es prediciendo el futuro. Normalmente se equivoca». Y así fue, pero también él erró: Tras el fracaso en el referéndum, donde su propuesta fue rechazada por apenas 200.000 votos, Chávez anda ahora «con el sol sobre la espalda», pues su mandato termina en enero de 2013.

Carlos no cree en derrotas e insiste en el proyecto frustrado. «La mitad votó a favor del socialismo. Estamos iniciando un proceso de estudio y formación para llegarles a otros sectores de la población. Hace año y medio sólo un 14 por ciento estaba de acuerdo con el socialismo, y ahora subimos a un 50 por ciento. Seguiremos en la calle tratando de informar sobre las bondades del proyecto. Sabemos de los errores que cometimos. Nos dedicamos más a combatir lo que señalaba la oposición», dice.
La Constitución vigente permite que por iniciativa popular se recoja el 15 por ciento de las firmas de la población para solicitar de nuevo la reforma constitucional y esa es la tarea que va a impulsar Carlos Escarrá a despecho de su hermano y de todos los que votaron «no».
En algo coinciden todos quienes han estado en clase con Carlos Escarrá: jamás nombra a su hermano. Tampoco habla de política, a menos que lo pinchen. Aun así, de setenta alumnos que tenía en su clase este año, sólo le quedan quince. Los demás prefirieron cambiar de aula.

Los Escarrá encarnan la profunda complejidad de Venezuela, un país cada día más mágico. Ambos reconocen sus diferencias, y las sobrellevan. Son tan iguales y tan distintos que Carlos es hincha del Caracas, mientras que Hermann es seguidor del Magallanes: ambos equivalen al Madrid y al Barça en el béisbol venezolano.

ABC
http://www.abc.es/20071216/domingos-domingos/vidas-venezuelas_200712161019.html

LUDMILA VINOGRADOFF/MANUEL M. CASCANTE

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