¿Cómo no va a tener pesadillas el muy trimardito? Miren el bocadillo que se zampa por esa jeta antes de irse a la cama con su guardaespaldas cubano
Los críticos lo llaman autócrata, a lo que el Presidente de izquierda venezolano responde atacando a un gran grupo de medios de comunicación.
Sin embargo, este argumento ya está perdiendo vigencia. El Presidente Chávez se ha enfocado en frenar lo que él ve como excesos cometidos por el canal de noticias Globovisión y tal vez el cerrarlo sería lo único que pararía esta fuente constante irritación.
Globovisión es el último canal nacional que crítica al gobierno abiertamente. Éste fue uno de los cuatro canales que hasta cierto punto apoyó a la oposición que estaba decidida a relevar al Presidente Chávez de su puesto durante el conflicto político de 2002-2004.
Desde entonces, dos canales capitularon, destituyendo a los animadores de programas controversiales y ajustando la cobertura de sus noticias a los nuevos parámetros impuestos por el Gobierno.
Entretanto, el gobierno bajo el mando del Presidente Chávez ha desarrollado un inmenso imperio mediático. De los doce canales nacionales controlan seis, a su vez, manejan cientos de estaciones de radio y docenas de periódicos y revistas. Estos fueron diseñados para promocionar el enfoque del Primer Mandatario venezolano, intercalando la información que aquí aparece con mensajes injuriosos contra la oposición.
De acuerdo con Antonio Pasquali, además de lo antes expuesto, el presidente ha decretado su derecho de interrumpir las emisiones de radio y televisión sin previo aviso por el tiempo que él considere apropiado. Dichas cadenas presidenciales suman 3.000 horas en total, lo que es equivalente a una hora al día, seis veces por semana de los diez años que ha estado el Presidente Chávez al mando del país
Aún así, el gobierno se pone en el lugar de la víctima del terrorismo mediático. El Presidente Chávez ha ordenado recientemente a los alcaldes y gobernadores de cada estado para que le entreguen un “mapa de la guerra mediática”, en el que se mostraría cuales medios de comunicación están “en las manos de la oligarquía”.
El mes pasado dio la orden a sus ministros y a varias instituciones anónimas del Estado para que le pusieran un fin a Globovisión. A los pocos días dicho canal y su dueño enfrentaron un fuerte ataque legal.
El SENIAT le impuso una multa de 5 millones de Bolívares Fuertes por “ocultar” ingresos que no reportó. Después de que una recolección a nivel nacional fuese puesta en práctica para pagar la multa, el organismo tributario subió el monto a 9 millones.
El presidente de Globovisión, Guillermo Zuloaga ha sido acusado de “obtener ganancias” de forma ilegal a través de la agencia Toyota de la cual él es accionista.
A su vez, Zuloaga está siendo investigado por crímenes ambientales pues tiene en su casa trofeos de caza africanos.
Sin embargo, la mayor amenaza para el canal es Conatel, cuerpo el cual ha abierto tres investigaciones por separado, cada una una de las cuales podrían traer como consecuencia el cierre de Globovisión por 72 horas y una segunda multa podría resultar en el revoque de su licencia.
Por otro lado, Globovisión no es totalmente inocente. A pesar de que sus reportajes son profesionales, los comentaristas son algunas veces agudos y monótonos. Sus dueños abusan de poder al escoger qué personajes de la oposición son escuchados y cuales no. No es una exageración decir que tal y como los voceros del gobierno afirman, dicho canal se comporta como un partido político. No obstante, si se contrasta con los canales del gobierno, los cuales presentan un discurso redundante e incendiario se obtiene un manojo de virtudes periodísticas.
Algunas personas del oficialismo piensan que el cierre de Globovisión sería un grave error. Pues éste llega a menos del 10% de la audiencia. Por lo que ciertas personas del oficialismo comentan en privado que el daño que esto le haría a la “revolución” del Presidente Chávez sería mayor que el beneficio, ya que el Primer Mandatario asegura que su popularidad llegaría al 80% sino fuera por las “mentiras de los medios de comunicación”. A la vez que insiste que Globovisión debe cambiar su enfoque, pues “se le está acabando el tiempo”.
Chávez's bugbear
The harassment of Globovisión
TO CRITICS who call him an autocrat, Venezuela’s leftist president, Hugo Chávez, responds by pointing to a largely uncensored opposition media. Yet it is an argument that is wearing thin. Mr Chávez recently vowed to curb what he sees as the excesses of Globovisión, a 24-hour news channel that is his main bugbear. Closing it down may be the only way to do so.
Globovisión is the last remaining national channel that is critical of the government. It was one of four such channels that during Venezuela’s political conflict of 2002-04, to varying degrees, egged on an opposition that was determined to oust Mr Chávez. Two have since capitulated, firing controversial talk-show hosts and adjusting their news coverage. In 2007 the government’s broadcasting regulator refused to renew the licence of the fourth—Radio Caracas Televisión, which is now subscription-only.
Meanwhile, the government has built itself a huge media empire. Of the dozen free-to-air national television channels it controls six, as well as hundreds of radio stations and dozens of newspapers and magazines. These pump out pro-Chávez propaganda, interspersed with diatribes against the opposition and smears aimed at those who cross the president. In addition, the president has decreed his right to interrupt all radio and television broadcasts, without notice, for as long as he likes. These presidential cadenas (broadcasts) total almost 3,000 hours—the equivalent of an hour a day, six days a week, for the ten years Mr Chávez has been in office, according to Antonio Pasquali, a media specialist.
Even so, the government portrays itself as the victim of media terrorism. The president recently ordered mayors and state governors to provide him with a “map of the media war”, showing which regional outlets are “in the hands of the oligarchy”. Last month he instructed not just his ministers but also several nominally autonomous state bodies to move against Globovisión. Within days, the channel and its main owner faced a legal assault.
The tax office imposed a fine of over $2.3m for non-payment of taxes on income the channel says it did not receive. After a public collection was launched to pay the fine, the authority doubled it. Guillermo Zuloaga, Globovisión’s chairman, has been charged with “profiteering” in relation to his part-ownership of a Toyota dealer. Venezuela’s most senior detective personally led a night-time raid on one of his properties. The channel’s legal counsel, Perla Jaimes, has been indicted for “obstruction of justice” for insisting the terms of the search warrant be respected. Mr Zuloaga is even being investigated for environmental crimes because he has some old African hunting trophies. The biggest threat comes from the broadcasting regulator, Conatel, which has launched three separate investigations of the channel, each of which could result in a penalty of a 72-hour shutdown. A second penalty would result in its licence being revoked.
Globovisión has faults. Although its reporting is professional, its commentators are sometimes shrill and monotonous. Its owners abuse their power to choose which opposition voices are heard and which not. It is not much of an exaggeration to say, as government spokesmen do, that it behaves as if it were a political party. But contrast it with the government channels, which are both turgid and inflammatory, and it is a journalistic paragon.
Some officials think that shutting down Globovisión would be a big mistake. It commands less than 10% of the audience (partly because it is free-to-air only in Caracas and Valencia). The damage to Mr Chávez’s “revolution”, these officials say in private, would outweigh the benefits. But the president claims his popularity would reach 80% (rather than its current 50% or so) were it not for “media lies”. Globovisión must mend its ways, he insists. “Its time is running out”.
Economist.com
http://www.economist.com/world/americas/displaystory.cfm?story_id=13905538
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