En su columna de hoy, Pablo Aure fustiga la manera en la que, cual “sicarios”, los jueces y magistrados cumplieron la órden del presidente Chávez de aplicar “sanciones inhumanas por encargo, a seres inocentes”.
Esta es su columna completa:
“La verdadera tragedia de los pueblos no consiste en el grito de un gobierno autoritario, sino en el silencio de la gente”.
Martin Luther King
Aproximadamente tres años duró el recorrido de los comisarios Henry Vivas, Lázaro Forero e Iván Simonovis hacia el paredón de fusilamiento. Junto a ellos también fueron ametrallados Héctor Rovaín, Julio Rodríguez, Erasmo Bolívar y Luis Molina. Condenar a estos policías a 30 años de cárcel es aplicarles la pena de muerte.
Mientras que a los policías metropolitanos les imponen la pena máxima, al “caballero” Goveia, con pruebas irrebatibles, lo condenaron a 23 años por un crimen monstruoso. Para quienes no se acuerdan de ese “caballero” (bautizado así por Hugo Chávez), fue quien una noche, durante el paro petrolero, pistola en mano arremetió contra personas que estaban en la plaza Altamira, acabando con la vida de una niña.
A los asesinos de los hermanos Faddoul -no sé si ya los sentenciaron ni cuántos años de cárcel cumplirán, pero seguramente en ningún caso serán 30 años. Los verdaderos homicidas, los violadores, los atracadores o los traficantes de drogas, son tratados con mayor benevolencia que quienes se atrevan a disentir o a defender ideas contrarias al régimen. ¡Vaya revolución!
Desde el punto de vista jurídico -y en el supuesto negado de que se hubiere comprobado la responsabilidad de los comisarios en las muertes del 11 de abril- es prácticamente imposible llegar a la conclusión de que eran merecedores de 30 años.
Se violaron principios elementales en el cálculo de la aplicación de la pena. Supuestamente los comisarios de la Policía Metropolitana estarían incursos en un delito de lesa humanidad y actuaron en complicidad correspectiva, por lo que no se puede individualizar la responsabilidad en cada una de las muertes de aquella macabra tarde.
Veamos qué dice el artículo 426 del Código Penal (que, de paso, para muchos devino en inconstitucional, por violar el principio de presunción de inocencia): “Cuando en la perpetración de la muerte o las lesiones han tomado parte varias personas y no pudiere descubrirse quién las causó, se castigará a todos con las penas respectivamente correspondientes al delito cometido, disminuidas de una tercera parte a la mitad…”.
Para buen entendedor, pocas palabras. Los venezolanos no tenemos un Poder Judicial; lo que tenemos, con honrosas excepciones, son esbirros al servicio de un tirano. Y siendo esto así, evocando a Henry D. Thoreau, debemos decir: “Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el lugar del hombre justo es también la cárcel”.
Los miserables
A Dios gracias, no tiene la valentía suficiente para ejecutar las acciones personalmente. Sale del país y deja sus encargos. Tiene un séquito de marionetas. Algunas disfrazadas de jueces o de magistrados, que trafican, más que con sus cuerpos, con sus almas, aplicando sanciones inhumanas por encargo a seres inocentes cuyo único delito ha sido opinar distinto al dictador.
Si el dictador fuera valiente, impondría mayor respeto y costaría más reemplazarlo, pero, como es un cobarde, cualquier cosa -y en cualquier momento- puede pasar. A él no se le teme, ni mucho menos se le respeta; ni sus seguidores ni sus detractores.
Quienes ejecutan sus órdenes son exactamente sicarios: las cumplen para recibir la maldita recompensa. Los sicarios no tienen ideología. Da lo mismo dispararle a un rojo que a un blanco. Por eso, aquellos jueces que se prestan para castigar a opositores, si por alguna razón permanecen en sus cargos después de esta pesadilla, van a ser los mismos que se ensañarán contra los gobernantes de hoy. Eso lo veremos. Así se comportan los miserables.
Justicia cubana
Ésa es una sentencia confeccionada por el G-2 cubano. La juez fue una simple mampara que se prestó para leer el adefesio que Hugo Chávez recibió como brisa refrescante; con su cinismo característico dijo ayer a Radio Nacional de Venezuela: “Con esta sentencia, los de la oposición han saltado como demonios, con el veneno, y es bueno que el pueblo lo vea, sienta, analice y saque sus propias conclusiones, ya que ese odio gobernó a Venezuela por muchos años”. Pregunto: ¿Quién odia a quién?
Es un claro mensaje que nos lanza el Comandante: al que se atreva a pensar que el régimen puede ser derrotado, le esperarán 30 años de cárcel. En Cuba los fusilan, y en tierras árabes los ahorcan; aquí, como la pena máxima es de 30 años, ésa es la que pueden aplicar.
Porque si no, Chávez se sentiría mucho más “refrescado” si pudiera ver guindados por el cuello, o con los cuerpos perforados por las balas de los fusiles, a sus opositores.
No esperen al mesías
No sé hasta cuándo el pueblo resistirá todas estas humillaciones, pero, mientras se siga esperando al mesías, Chávez continuará con estos vejámenes. Aquí no vendrá ningún salvador.
Los salvadores deben ser todos y cada uno de los venezolanos, que tienen que abrir los ojos, apartar esa resignación que cada día nos hunde más y comenzar a exigir permanentemente el restablecimiento de la democracia en nuestro país.
No es suficiente una marcha de vez en cuando y olvidarse de las atrocidades del régimen en épocas de vacaciones. La lucha debe -y tiene que ser- constante, de lo contrario tendremos a Chávez hasta que Satán se lo lleve.
¡Hasta cuándo! ¡Paredón!
Pablo Aure
El Carabobeño
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