lunes, 16 de junio de 2008

El dictador Obiang y su adicción al número mágico




Por Ana Camacho. Grupo de Estudios Estrátegicos. 4 de junio de 2008.

No constituye ninguna sorpresa que el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial (PDGE) que lidera el dictador Teodoro Obiang Nguema haya ganado las elecciones legislativas y municipales celebradas el 4 de de mayo en la antigua colonia española, y que lo haya hecho por goleada: más del 99% de los votos en 35 de las 36 circunscripciones electorales, según el resultado definitivo dado por el ministro del Interior, Clemente Engonga. El 99% es el número mágico de Obiang tanto a la hora de anunciar los éxitos de su partido como los índices de participación ciudadana a las citas electorales. Lo cultiva metódicamente con una ciencia propia que, por ejemplo, no admite debilidades ni con opositores ni con ciudadanos sospechosos de no cumplir con su voto a lo que el obianguismo considera es un deber patriótico.

Pedro Oyono Ayingono, un empresario que se negó a acudir a las urnas ha pagado con su vida el empeño en no participar en la nueva farsa electoral. Fue detenido por un grupo de militares que no estaban dispuestos a que su mal ejemplo cundiese entre el resto de los ciudadanos. Lo apalearon y torturaron tan brutalmente que, a la primera sesión de castigo, la víctima cayó en un coma profundo del que no volvió a despertar durante la semana en la que se prolongó su agonía.

El asesinato de Pedro Oyono se añadía a la del opositor Saturnino Nkogo asesinado también a golpes tras haber sido detenido, pocos días antes de las elecciones, con el pretexto de que estaba implicado en una acción conspirativa supuestamente organizada desde España por el dirigente del Partido del Progreso, Severo Moto. Las olas de detenciones y los brutales apaleamientos carcelarios de opositores, generalmente en el marco del desmantelamiento de una amenaza golpista, suelen ser uno de los recursos habituales del obianguismo para asegurarse la cosecha del número mágico desde que, a comienzos de los noventa, anunció la puesta en marcha de la apertura democrática.

La adicción de Obiang por las curvas del 99%, sin embargo, es anterior al multipartidismo. Se remonta a 1983, cuando empezó a practicar el deporte del simulacro democrático con la elección de los 41 escaños de la Asamblea Nacional en unos comicios en los que se ofreció a los votantes una lista cerrada y única de candidatos seleccionados por él. Eran las primeras elecciones que se celebraban desde el llamado golpe de libertad con el que el coronel Obiang había derrocado en 1979, a su tío, Francisco Macías. Esa primera dictadura que se había instalado tras el estreno de la independencia en 1968, había dejado el país sumido en una situación de indigencia tan desesperante que ciertos detalles, como la incapacidad para elaborar el censo de una población que no supera los 350.000 habitantes, se convirtieron en cuestiones secundarias para la comunidad internacional frente a la buena voluntad demostrada por Obiang para que su pueblo comenzase la terapia liberadora de los traumas dejados por los años de terror maciísta. En ese margen de confianza que se le dio al sobrino y antiguo lugarteniente de Macías, se pasó por alto el misterio que entrañaban esas tasas de votos afirmativos de casi el 100% y de cero abstención anunciadas por un Gobierno al que, evidentemente, le resultaba muy difícil contrastar los índices de participación ciudadana.

En aquella época, Obiang también alimentaban la paciencia con Obiang las prioridades de la guerra fría y una actitud paternalista tirando a racista con la que los gobiernos occidentales se inclinaban a hacer el coro a los dictadores africanos amigos que, como él, advertían con vehemencia contra la “importación” de la democracia, un artículo catalogado como ajeno a la cultura africana y susceptible de perjudicar gravemente la salud de las poblaciones del continente. Por ello las elecciones presidenciales que el dictador celebró en 1988, otra vez sin censo ni otra candidatura que no fuese la decidida por Obiang (en este caso, obviamente, la suya), volvieron a ser considerados por la comunidad internacional como un elemento positivo en el necesario aprendizaje del ejercicio democrático por el que los guineanos debían de pasar antes de poder someterse a la dura prueba de unas elecciones equiparables a las que se celebran en el primer mundo.

A los electores guineanos les quedaba la posibilidad de discrepar votando por el no a la continuidad del hombre que supuestamente los había liberado de un monstruo a la altura de los Idi Amín y Bokassa que convirtieron la era poscolonial africana en una pesadilla. No hubo lugar a dudas; Obiang pudo anunciar que el 99,2% de los votantes se había pronunciado a favor de su permanencia al frente del país y con un mandato de siete años. Rebosante de satisfacción, el entorno del indiscutible triunfador también proclamó, sin que nadie se lo discutiese, que ese 1% de votos contrarios a la reelección que se había producido constituía una prueba fehaciente de que se había “garantizado el libre derecho del ejercicio del voto y su desarrollo en secreto a la población guineana”.

Los aires de libertad que la perestroika de Gorbachov hizo llegar hasta el continente africano, obligaron a Obiang a modificar su estrategia para asegurarse el favor del número mágico incluso en una contienda pluripartidista. Las elecciones legislativas de 1994, en las que el PDGE tuvo que competir con otras formaciones políticas, estuvieron marcadas por acciones preventivas contundentes que culminaron con detenciones masivas y palizas ejemplarizantes a los sospechosos de no simpatizar con el antiguo partido único. A pesar del clima terror que se generó, las embajadas extranjeras testificaron que la protesta de la población se plasmó el día de las votaciones con un vacío en las urnas del 80% que el presidente rechazó proclamando un éxito abrumador de su candidatura. Entonces parecía que el triunfo del modelo democrático que se había aupado sobre los escombros del muro de Berlín, iba a acabar con la tolerancia de la comunidad internacional con dictadores como Obiang. Fue un espejismo que en Guinea desapareció con el inicio de la explotación de la riqueza petrolera que convirtió a uno de los países más pobres del continente en el Kuwait de África.

La nueva etapa de paciencia con el obianguismo permitió al régimen guineano demostrar en los comicios de 1996 la eficacia de su ciencia para rectificar posibles fallos en las acciones preelectorales de apoyo al número mágico: no se sabe cómo, el recuento de los votos estuvo a punto de dar a la candidatura única que habían presentado los partidos de la oposición, 25 de los 27 municipios en juego. Sin disimulo, el régimen mandó parar el escrutinio de las papeletas y, en unas negociaciones en las que el Gobierno español actuó de árbitro, aceptó dar ejemplo de generosidad y conceder a los triunfadores siete municipios. Desde Madrid, se presionó a los opositores para que aceptasen haciéndoles comprender que más vale conformarse aunque sea con poco, que perderlo todo. El argumento clave de este discurso es que su sacrificio a corto plazo es clave para lograr una transformación del régimen desde dentro y sin arriesgados sobresaltos. (El poder de los brujos en Guinea, Ramón Lobo, El país: www.elpais.com/)

No ha sido la única vez en que España ha mediado ante el régimen de Obiang para lograr ese avance en la democratización que, tanto políticos del PP como del PSOE, han siempre señalado que marcaría una ampliación, a favor de la oposición, de ese margen del 1% que siempre acaban marcando los resultados oficiales. En 1998, el Gobierno español intentó convencer al régimen guineano para que el habitual apaño final diese una representación mínima a la oposición de 20 escaños. El entonces viceprimer ministro guineano y responsable de Exteriores, Miguel Oyono contestó: “Veinte son muchos”. (Un 40% del censo de Guinea no podrá votar hoy, según la oposición, El País: www.elpais.com/)

Como si esta firme actitud, ni el recurso a hechiceros de prestigio, no bastase para garantizar la continuidad del número mágico, en las elecciones presidenciales de 1996, Obiang intentó evitar que el indeseable precedente de 1995 se volviese a producir con un novedoso reglamento que pretendía imponer el voto patriótico (no secreto). La tesis que apoyaba esta innovación era que el voto secreto era una herencia de los blancos que tenía los días contados.

Al final, Obiang no logró imponer esa nueva normativa que pretendía dar a los presidentes de las mesas electorales la prerrogativa de preguntar a los votantes qué papeleta habían elegido y verificar su respuesta. Pero la prueba de que las ideas del presidente gozaban de amplios apoyos dentro del PDGE, es que en las elecciones legislativas de 1999, dos terceras partes de los interventores de los partidos que competían con el PDGE tuvieron que abandonar las mesas electorales ante la presencia de autoridades civiles y militares que impusieron el "voto público" y abrieron los sobres de los votantes para comprobar su contenido.

A lo largo de su apertura democrática, Obiang también ha dejado claro a los candidatos de la oposición que una cosa es conformarse con el 1%, y otra muy distinta es que le hagan el feo, como ocurrió en 1996, de retirarse de la contienda presidencial para protestar contra la plaga de irregularidades e intimidaciones que habían marcado la campaña electoral: aunque no logró hacerles cambiar de idea ni con amenazas de muerte, las papeletas de los candidatos que habían osado desafiar la norma que les prohibía desistir, estaban a disposición de los votantes para dejar claro que abstenerse no es una opción factible en Guinea ni siquiera para los políticos. (25 de febrero Dialogaremos con la oposición y otra La inútil victoria de Teodoro Obiang, Alfonso Armada, El País: www.elpais.com)

No hubo novedades en las actitudes políticas del obianguismo en las elecciones de 2004 y no había síntomas de un cambio de rumbo en la ciencia electoral obianguista de cara a las elecciones que acaban de celebrarse. Si en algún momento se produjo un indicio de suspense con el desenlace de estas nuevas votaciones, fue cuando los primeros resultados parciales perfilaron la hipótesis de un triunfo del tirano limitado al 95% de los votos. Durante la última visita oficial de Obiang a España, en noviembre de 2006, el Gobierno de Zapatero insistió al dictador sobre la necesidad de realizar “gestos importantes” en el camino de una “democratización plena”. De haberse consolidado ese 5% a favor de la oposición, el Gobierno socialista hubiese seguramente acogido el abandono del número mágico como una prueba de que sus peticiones habían sido, por fin, escuchadas. Con ese avance, la comunidad internacional hubiese podido seguir justificando con nuevos argumentos su actitud de paciencia con una transición que no hay manera de rematar y que consiente a Obiang seguir alternando la escandalosa violación de los derechos humanos con nuevas promesas de seguir ahondando en la conquista de la democracia.

Vanas ilusiones. Los dirigentes del partido de la Convergencia Para la Democracia Social (CPDS) al que el PSOE español suele alabar como el principal grupo de la oposición, amenazaron antes del cierre de las urnas con renunciar al escaño que, como era previsible, ese apabullante 99% proObiang les acabó dejando.

Una vez más, los opositores han desplegado la habitual retahíla de irregularidades cometidas por las autoridades: intimidaciones de las autoridades y los representantes del PDGE sobre los votantes, el adelantamiento arbitrario del cierre de algunos colegios electorales, la denegación de actas electorales a los interventores de la oposición, la imposición del voto público en las mesas o la desaparición de las papeletas de la oposición en algunos distritos… ¿Qué esperaban?

Lo único que ha resultado sorprendente en esta nueva edición del pucherazo obianguista ha sido el dictamen de la visita de la delegación integrada por tres parlamentarios españoles, la única de un país extranjero que ha observado los comicios de mayo Los diputados del PSOE, PP y CiU, evidentemente, no están de acuerdo con la dureza de las críticas de los dirigentes del CPDS que han calificado el evento como "un paso atrás en el proceso político" y "un acto de fuerza y de abuso de poder de una dictadura sin escrúpulos". Así lo reflejaron los tres miembros de la delegación, llegada a Guinea por iniciativa del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, en el comunicado que redactaron sin esperar a que se hiciesen públicos los resultados oficiales: las elecciones que acababan de presenciar, aseguraron, son “un nuevo paso” en el proceso de democratización de la República, y un “avance en materia de garantías electorales” respecto a las celebradas en 2004.

Que las autoridades guineanas hayan negado el visado de entrada en el país de la prensa española es uno de las cuestiones por las que los diputados se han visto obligados a señalar que dicho avance “deberá ser mejorado y completado en futuras convocatorias”. También aludieron a lo poco saludable que resulta esa "profunda imbricación" del partido de Obiang con las instituciones y la sociedad que "dificulta" la labor de otros partidos. Pecata minuta, sin embargo, frente a las acusaciones de la oposición que ellos no han podido respaldar.

Durante su visita, los tres parlamentarios visitaron más de una docena de mesas electorales en diversas poblaciones de la zona continental entre Bata y Evinayong, pero en ninguna de ellas vieron que se obligase a los votantes a mostrar su sufragio antes de depositarlo en la urna como asegura el CPDS que ocurrió con excesiva frecuencia. Probablemente tampoco tuvieron forma de enterarse de la detención y brutal paliza a Pedro Oyono Ayingono. Así que resulta comprensible que, ateniéndose a lo que habían visto, hiciesen constar en su escrito que la campaña electoral había discurrido en un “clima de libertad”.

La declaración conjunta de la comisión española ha suscitado la comprensible susceptibilidad de los opositores guineanos, en especial la del Partido del Progreso, mucho más radical que el CPDS a la hora de recordar a la opinión pública española que la democracia es o no es, sin atenuantes africanas que puedan justificar estadios intermedios. “¿Es que los africanos no tenemos derecho a decidir nuestro futuro con las mismas garantías que los occidentales? ¿Sufre menos un negro que un blanco”, fue la airada reacción de Armengol Engonga, número dos del Partido del Progreso ante el papelón desempeñado por los tres diputados españoles con su comunicado.

Claro que Engonga no podía desaprovechar la oportunidad de avergonzar a la opinión pública española para vengarse de la detención de su líder, Severo Moto, acusado por un juez español de organizar una extraña trama de contrabando de armas que estaba a punto de introducir en Guinea dos fusiles viejos, una pistola y unas municiones que no servían para ninguna de las tres armas incluidas en el envío.

Además, lo más probable es que ni Engonga ni su líder se hayan percatado de que la declaración conjunta de la delegación española constituye un ejemplo de esa colaboración con que el nuevo PP de Rajoy quiere marcar la diferencia con la crispación y el totalitarismo del PP de Aznar y consensuar con el PSOE un pacto de estado en política exterior. De hecho, en el decálogo que acaba de presentar el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, la democratización de Guinea Ecuatorial, brilla por su ausencia.

Gobierno de Guinea Ecuatorial en el Exilio
http://www.guinea-ecuatorial.org/modules.php?name=News&file=article&sid=749

1 comentario:

Yetro dijo...

Nómadas:

De nada. La información relacionada con Guinea Ecuatorial ya estará rodando en varios blogs y también por e-mail. Se continuará difundiendo.

Salu2