domingo, 26 de octubre de 2008

Chávez y Alfaro Ucero revisitados en la recta final electoral


No encuentra Chávez qué argumento inventar para convencer a sus seguidores de que sigue siendo un “duro de matar” en las urnas, y que cualquier cosa podría pasar el 23 de noviembre próximo, menos que los resultados determinen que la oposición pasa a recuperar más de la mitad de las gobernaciones y alcaldías del país.

Uno de los más socorridos que le he escuchado en los últimos días, por cierto, son unos pronósticos que llama “matemáticos” y que más o menos rezan así: “Fíjense ustedes” dice y saca un papel “hagan esta cuenta que es muy sencilla y notarán que no podemos perder: en las elecciones a gobernadores pasadas, nuestro candidato sacó aquí 320 mil votos y el de la oposición 399 mil, o sea que el nuestro perdió por 79 mil votos… por solo 79 mil. Ahora bien, cómo al día de hoy el PSUV tiene 600 mil inscritos en el Estado, se cae de maduro que si el candidato de la posición saca la misma cantidad de votos o menos que en las elecciones pasadas (cuestión muy difícil que no suceda porque ya están muy desgastados), entonces nosotros barremos con 201 mil votos, que es el resultado de restar 399 mil de 600 mil”.

Y los asistentes desde luego -pero sobre todo los ministros, el candidato a gobernador y su comando de campaña, y los 200 guardaespaldas que lo siguen por todas partes- prorrumpen en un estruendoso aplauso, lanzan vivas y hurras ensordecedores, hacen resonar bombos y canciones de Alí Primera y lo que segundos antes era un auditorio atento a los números de tan docto profesor, se convierte en un atajaperros, en un zafarrancho difícil de siluetar y discernir.

Si Chávez y sus salas situacionales, ministros y candidatos a gobernadores y alcaldes, seguidores y guardaespaldas, sin embargo, manejaran un poco más de información se enterarían, que no se trata de un argumento original en absoluto, pues al primero que se lo oí fue al caudillo y candidato presidencial adeco en las elecciones del 98, Luís Alfaro Ucero, quien trató de convencerme a mi y a otros periodistas en una rueda de prensa, que su candidatura era un tiro al piso, porque según cifras del Consejo Supremo Electoral (el CNE de la época) los inscritos en el total de los partidos que apoyaban a los otros candidatos, a Irene Sáez, Salas Romer y Chávez no alcanzaban los 3 millones y medio de militantes, mientras que AD contaba con casi 4 millones y medio de militantes recensados y confesos que incuestionablemente votarían por él.

Y me acuerdo que Alfaro hace 11 años, como Chávez el jueves en Maracaibo, sacaba un papelito y hablaba de las decenas de comités regionales que tenía AD en todo el país, y de los cientos de distritrales, y de los miles de municipales, y de los cientos de miles de comités de bases, y de los 4 millones y medio de votos, y siempre muy serio y diciendo que no había nada que discutir ni que dudar, “porque se trataba de simples matemáticas”.

En otras palabras, que los últimos caudillos nacionales, Alfaro Ucero y Chávez Frías, dieron síntomas con una distancia de 11 años de la misma enfermedad, del síndrome que se conoce en psiquiatría como confusión y trastocamiento de la realidad, pero uno por senil y otro por adolescente tardío, al pensar contra la experiencia que los asuntos humanos, y en especial los políticos, son estáticos y no profundamente dinámicos, inestables e imprevisibles (como sucedió con los 3 millones de militantes inscritos en el PSUV que se abstuvieron en el referendo de diciembre pasado y fueron decisivos para que Chávez lo perdiera) y sujetos a los avatares, circunstancias y vendavales a que, por lo general, somete un ambiente hostil a individuos que tienen escasas posibilidades de influir en su curso y destino.

Sobre todo, si se las han con gobiernos autoritarios y caudillos mesiánicos, fundamentalistas y dogmáticos que creen que las cosas no están mal porque están mal, sino porque los ciudadanos piensan que están mal y lo que procede es hacerles un permanente lavado de cerebro, vía cadenas radiales y televisivas, para que comiencen a pensar y sentir lo contrario, y si no, no queda más remedio que aplicarles la fuerza.

Tarea ciclópea que tiene que dirigirse fundamentalmente a los 5 millones de inscritos en el PSUV, que, como los cuatro millones y medio de adecos en 1998, no tienen ninguna razón para sentirse orgullosos de portar el carnet de militantes del partido oficial, llevan 10 años sometidos a la atroz sospecha de que están equivocados pero sin poder manifestarlo, que han sido objeto de la burla más sangrienta que ha sufrido colectivo político alguno de la historia del país, y vagan como fantasmas por ciudades, pueblos y campos inundados de basura, huyendo del hampa, comprando velas o lámparas a gas para paliar el próximo apagón, o buscando en bodegas, abastos y mercados el último artículo en desaparecer de la cesta básica.

Revolucionarios inscritos en el PSUV que si están preocupados de algo, es de despertar de la pesadilla, de escapar de una situación límite donde, aparte de la escasez de alimentos y servicios con la que sobreviven, la vida misma está en peligro, ya que de cualquier plomazón, de cualquier ajuste de cuentas, secuestro o atraco puede salir la bala asesina que se las arrebate.

Los 6 jóvenes de la población de Sanare que fueron sacados el miércoles de sus casas por miembros de los cuerpos policiales de Lara para ser ajusticiados en Chabasquén en el estado Portuguesa, son la última prueba de ello, como antes lo habían sido los tres hermanos Fadoul asesinados después de ser secuestrados en Caracas por una banda donde participaban miembros de la PM, y los que mueren los fines de semana en el Área Metropolitana, o en los estados Miranda, Aragua, Carabobo, Zulia, Táchira, Bolívar, Anzoátegui según la llamada revolución se ha adentrado por el horror de permitir que la ley del hampa sea la única que impere en el país.

Pero me quedaría corto si no citara que el desabastecimiento de alimentos, que como el de la luz eléctrica, hasta hace poco se le podía poner el calificativo de eventual, vuela a hacerse crónico y que la Asamblea Nacional se prepara a discutir dos proyectos de leyes donde se reglamentan la libreta de racionamiento y los programas para que lo apagones no sucedan de corrido, sino en períodos que den la impresión de que la luz eléctrica aun existe.

De modo que hambre, oscuridad y hampa incontrolada e impune, son las señales de que el síndrome de Chávez que consiste en olvidarse de que los males existen y pueden ser sustituidos por bravatas y malas matemáticas, no podrá ser remediado sino con una estrepitosa derrota electoral que lo deje a medio camino y lo convenza de que nació para cualquier cosa, menos para presidir un país complejo como Venezuela, o dirigir una revolución que es otro fenómeno complejo que solo puede mantenerse con líderes que se toman medianamente en serio a ellos mismos y a los demás.

Porque, a fin de cuentas, de eso es de lo que se trata: la adolescencia tardía, como la senilidad, no permite a sus víctimas escapar de sus minúsculos egos, orbitar una y otra vez por ellos, sin permitirle asomarse al vasto mundo que titila a un paso de sus trayectorias.

Una derrota más catastrófica a la sufrida el 2 de diciembre pasado, es la que espera a Chávez el 23 de noviembre próximo y él la extrapola con unas matemáticas alfaristas, que de igual manera que pusieron fin a los días políticos del caudillo monaguense, lo harán también con el barinés.

Porque hay que ver lo que significa estar sosteniendo a troche y moche y contra las evidencias, a candidatos bacalaos como Mario Silva en Carabobo, Willian Lara en Guárico, Wilmar Castro Soteldo en Portuguesa y en circunstancias que los candidatos de la disidencia chavista que son, por cierto, los líderes de sus regiones y ganaron las elecciones primarias, están punteando en las encuestas o cuentan con números que duplican a los oficialistas y están mejor colocados para darle la pelea a la oposición.

O sea que Chávez hoy, como Alfaro con los adecos del 98, está invitando a sus seguidores a la derrota, a prepararlos para que el 23 de noviembre próximo tengan que irse del gobierno, pasar a la oposición y prepararse a cruzar el desierto de un gobierno que perdió todas sus oportunidades y no le queda sino recibir la extremaunción para morir para la política en el 1012… o quizá antes.


Manuel Malaver
La Razón / ND

http://www.noticierodigital.com/?p=2533

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