"Los ejércitos se han ordenado y todo está listo. La batalla se desencadenará de un momento a otro. Debes combatir. (...) Lucha centrado, unificado, alineado. Lucha incansablemente, día y noche, si es preciso. Mantente vigilante a las cuatro direcciones. Confía en el animal que vive en ti. (...) Una vez, avanzar y otra, retroceder. Una vez atacar y otra defender. Disgrega a tu adversario; atácalo mientras respire. Avasállalo; no le des tiempo de reordenar sus ejércitos. Cambia permanentemente tus estrategias. Ataca a lo alto y luego a lo bajo y después al medio. Varía el ritmo de tus ataques. Una vez lento y otras vez, inmóvil. (...) Que tu adversario no sea capaz de tocarte, pero que sienta el poder de tus golpes. Usa tus manos, tus pies. Tus codos y tus rodillas. Esquiva, luego contraataca. Adelántate a sus movimientos y neutralízalos antes de que comiencen a gestarse. Déjalo pasar y luego cae sobre él. Inutiliza sus armas. Acorta la distancia, ataca y luego sal de su radio de acción. (...)".
"Pero más importante que todo lo anterior, es combatir sin ira. Si el salvajismo y la crueldad se apoderan de ti, no importa lo que hagas: ¡estarás perdido!. Te convertirás en aquello que combates, y el lado oscuro tendrá un nuevo adepto entre sus filas. Luego de vencer, retírate en silencio. La muerte siempre trae lágrimas aparejadas. Lágrimas por el que, algún día, fue tu hermano y debió morir a manos tuyas porque el destino así lo quiso. Nunca olvides eso".
El Manual del Guerrero
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