miércoles, 17 de octubre de 2007

Birmania: cambio lento pero seguro.




Después de 10 años, Fergal Keane de la BBC, volvió a Birmania para descubrir que, a pesar de la represión militar, hay una sensación en las calles de Rangún de que el régimen podría cambiar. Éste es su relato.

Monjes budistas en Rangún
Las protestas iniciadas por los monjes podrían ser el comienzo de otra historia.

Sobrevuelo Rangún y siento crecer en mi interior un pavor que me es familiar.

Ya lo viví en otras ocasiones como cuando entraba en el Zimbabue de Mugabe, en la Sudáfrica del apartheid de los 80 y aquí en la misma Birmania cuando la visité por última vez hace una década.

Y esto porque voy a un lugar que no me quiere ni a mí ni a ninguno de mi clase. Un estado que aborrece a los periodistas y al que uno sólo se aventura a ingresar fingiendo que es otra cosa, por lo general un turista.

A pesar de esto, mientras miro a través de la ventanilla del avión siento una emoción que corre paralela, no menos intensa que el miedo.

A través de la cortina de lluvia, veo las cúpulas de oro de las pagodas alzándose sobre el horizonte y, detrás de éstas, donde los suburbios se diluyen en la campiña, el primero de los arrozales en cuya vasta superficie se reflejan las nubes del monzón.

Y viendo esto siento cómo me inunda la nostalgia. Me siento tan bien al estar de vuelta.

Esperanzas

En los últimos 10 años, los detalles físicos de la ciudad de Rangún se han ido borrando lentamente de mi mente.

Salgo del avión y me encuentro con que el viejo y desvencijado aeropuerto ha sido reemplazado por un trozo aburrido de acero, cemento y vidrio.

"Bienvenidos a la Tierra Dorada", nos saluda la leyenda desde un arco también dorado que atravesamos un poco más tarde, mientras nos aproximamos a la ciudad.

Y recuerdo que fue allí, en mi última visita, cuando hubo un destello de esperanzas de que el régimen se preparaba para entablar negociaciones en serio con el movimiento pro-democrático.

Vigilantes

Rangún es un lugar descuidado, con edificaciones de la era colonial, mohosas y desmoronadas, donde la ropa de lavandería se seca colgada en sus ventanas.

Calle de Rangún

Birmania tiene casi 51 millones de habitantes de diversas procedencias étnicas.
Apenas uno deja las avenidas principales, se pierde en calles quebradas y llenas de baches, plagadas de automóviles, motocicletas, bicicletas, carruajes a tracción humana, perros vagabundos y multitudes de birmanos de diferentes orígenes étnicos, entre ellos indios, chinos y muchos más.

Hasta hay incluso una comunidad de judíos birmanos con su propia y vibrante sinagoga.

¡Cómo hubiera deseado trabajar con libertad aquí! Hablar con otro ser humano sin que me contenga el temor, pero principalmente el temor de lo que pueda ocurrirle a un residente local si lo observan conversando con un extranjero.

Ése es el gran dilema para un reportero en este estado totalitario: la sentencia que uno puede poner involuntariamente sobre la cabeza de alguien que se cruza en nuestro camino.

Los vigilantes están en todas partes, aunque uno los puede reconocer fácilmente por la forma en que están pulcramente vestidos, con camisas limpias y bien planchadas.

Por otra parte, a diferencia de la mayoría de los birmanos, no devuelven una sonrisa cuando uno los saluda.

Tres de ellos me siguen mientras atravieso la Pagoda de Shwedagon. Uno susurra en el micrófono de un equipo de radio. Ninguno hace el más mínimo intento de disimular su condición de policías secretos.

En el diario "La Nueva Luz de Myanmar" (el nombre con el que la junta rebautizó Birmania) hay avisos atacando a los medios extranjeros con especial mención a la ponzoña de la BBC.

Un monje camina frente a la Pagoda Shwedagon en Rangún
La Pagoda de Shwedagon, uno de los lugares más sagrados de Birmania.
Los reporteros son denunciados como asesinos, saboteadores y -el más hiriente de todos los adjetivos- "delatores".

Aprendí hace tiempo que lo mejor es no tomar nada de esto en forma demasiado personal.

El negocio de un policía secreto consiste en el temor. Su función es intimidarte e intimidarlos (esto es a la población en general), de forma que nunca fluya la información de manera confiable.

Para el periodista, el castigo es por lo general el arresto y la deportación, aunque los militares mataron a un fotógrafo japonés.

Para el grueso de la población se destinan cosas peores.

El vigilante tiene las armas de la tortura y la detención encubierta y estará siempre dispuesto a aducir que el asesinato fue el producto de la obediencia debida a sus superiores.

Furia

Birmania ha tenido años para perfeccionar este sistema de intimidación. No existe una sola persona en Rangún que no sea consciente de las consecuencias a las que se expone si habla con extranjeros sobre el régimen.

A pesar de esto, tanto civiles como monjes budistas desnudaron sus sentimientos ante mí y mis colegas.

Tropas birmanas en las calles de Rangún (2 de octubre de 2007)
La Junta movilizó a miles de soldados para sofocar las protestas.
No hablo ya de los encuentros clandestinos que tuvimos con los clérigos y activistas por la democracia. Me refiero a conversaciones diarias en el mercado o los puestos de té, donde la furia de la gente contra el régimen se expresa en forma contundente.

Esto difiere tanto con la Birmania que recuerdo, donde uno meticulosamente eludía cualquier conversación política.

Por el momento, las protestas han sido aplastadas, pero nadie debería cometer el error de creer que el momento se ha perdido.

Lo que detecto, más que nada, es una sociedad en proceso de fermentación, todavía elaborando la represión sin precedentes contra los monjes, pero también abriendo los ojos sobre su propio potencial para crear cambios.

Dejo esta vez Birmania sabiendo que pasará algún tempo antes de que pueda regresar. Pero esta vez, esta partida no tiene la misma melancolía de otras anteriores.

Está llegando un tiempo -pienso- en el que uno podrá caminar por las calles de Rangún, pasar por los puestos de ventas de té, los pequeños restaurantes, los vendedores de jazmín e incienso y encontrar un rostro conocido con el cual hablar, compartiendo una taza de té, de aquellos días de terror, sabiendo que ya son parte de la historia.

De esto me siento seguro

Fergal Keane
BBC, Rangún
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/international/newsid_7040000/7040706.stm

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