miércoles, 19 de marzo de 2008

Ilusionista con chequera llena


Chávez es uno de esos tipos que cree que con sólo nombrarlas, las cosas se materializan. En su imaginario delirante cobran vida muchas ilusiones. Como esta República que llama bolivariana, a pesar de que sabe que no puede ser tal una república en la que, con su complicidad, campea la corrupción y escasean las virtudes, pues su mentor, el propio Bolívar, sentenció que “…sin virtud perece la República.”

Chávez le cambió el nombre a muchos de los entes desde los que administra el país. Al responsable de la seguridad ciudadana le antepuso, al igual que a los demás ministerios de su abultadísimo gabinete, el tramposo apelativo de “Poder Popular”. La cifra de los asesinados de cada día en Venezuela demuestra claramente que estamos frente a una ilusión, pues ese supuesto “Poder” no controla el hampa, y tampoco es “Popular”, porque el propio pueblo venezolano es su víctima.

Ante el fracaso de sus políticas económicas, producto de las cuales se ha disparado la inflación que corroe la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, al ministerio del Poder Popular para las Finanzas Públicas se le ocurrió el año pasado quitarle tres ceros a la moneda. Buscaban producir la ilusión de una reducción del costo de la vida.

Llaman Fuerte al signo monetario, a la economía, y al país. La inflación de enero derrumbó esa ilusión. Nuestra moneda no vale nada porque son pocas las cosas que existen que se pueden comprar y porque han desparecido muchos de los bienes que se necesita adquirir; la economía sufre la tragedia de los controles que la asfixian; y el país se desmorona en su institucionalidad.

La chequera de Chávez compra ilusiones. Aquí, y muy especialmente entre los más pobres, ha comprado feligreses que con toda justicia tienen la ilusión de vivir una vida mejor. La más valiosa de las muchas cosas que “no hay” en nuestro país, y que es justo la que más reclamamos, es el derecho a la vida, arrinconado contra el paredón de fusilamiento en el que transcurre la cotidianidad de los venezolanos en sus propias casas, y en calles, plazas, parques, cárceles, universidades y demás espacios públicos y privados.

“No hay” es la expresión que describe con más fidelidad la bancarrota del sector productivo, que no ha desaparecido gracias a que contamos con valiosos industriales venezolanos que, a pesar de las frecuentes amenazas y muy severas acciones gubernamentales en su desmedro, siguen produciendo parte de lo que consumimos. Y Chávez los llama con insistencia “traidores a la patria”, eso sí.

Afuera son muchos los vividores que se aprovechan groseramente de este ilusionista rico que reparte fondos del barril sin fondo que es el tesoro nacional, y que vive la ilusión de ser el líder que acabará con el imperialismo al que, paradójicamente, le sigue comprando mucho de lo que él mismo impide que produzcamos los venezolanos. Y esto último no es ilusión.

Alvaro Benavides

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