No deja de tener un tufillo a stalinismo rancio y pestilente que mientras, Francisco Arias Cárdenas, el hombre que fue clave en la rebelión del 11 de abril del 2002 que sacó del poder durante horas al presidente, Chávez, es hoy un funcionario de altísimo rango que ocupa cargos de confianza en el país y el extranjero; Raúl Baduel, el hombre que según la leyenda fue el responsable de que Chávez regresara a Miraflores y continuara el proceso que, para bien o para mal, aun lo mantiene vivo en la política, sea hoy un paria, perseguido por funcionarios menores de la administración, acusado de traidor y condenado a ser encerrado y abandonado en un calabozo tal ha ocurrido y ocurre con otros oficiales revolucionarios que lo precedieron en el curso de pasar de “héroes a villanos” de la revolución.
¿Su pecado? Bueno, pues haber coincidido con una mayoría de 3 millones, 600 mil venezolanos que rechazaron la reforma constitucional del 2 de diciembre pasado, la misma que convertía a Chávez en presidente vitalicio, acababa con la descentralización y hacía de Venezuela una comisaría de 912 mil, 012 kmts2 regida por un comisario y sus ordenanzas que jugarían con el país en el mismo sentido que lo hace con el globo terráqueo el personaje abominable de la película “El Gran Dictador” de Charles Chaplin.
O sea, que si el comandante-presidente oye a Baduel y a los chavistas que discrepaban de la reforma, habría escapado de una derrota monumental cuyas consecuencias siguen sintiéndose en el desgarramiento de su proyecto político que se dirige a que, en algún momento del curso de los años que conducen al 2012, tendrá que abandonar el poder.
Chávez, por el contrario, prefirió morir en brazos de adulantes como Arias Cárdenas, que no es que repente descubrió que en el talante más íntimo de su alma era revolucionario y chavista, sino que pasándose a las filas de los oportunistas y los “yes man” podría revalidar sus títulos y transformarse en el pragmático que siempre había sido.
Y cómo se trataba de un modelo que empezaban a adoptar, o ya habían adoptado, el grueso de los militantes, cuadros y dirigentes de la revolución, pues entonces Arias camufló uno de los camaleonismos más escandalosos que se conozcan en la historia venezolana pasada y reciente.
Vale la pena recordar que frente a una incongruencia que asaltaba la poca racionalidad que aun le quedaba a la revolución, solo una voz, la de Luís Tascón, se atrevió a señalar su desconcierto de cómo Baduel había pasado en horas de héroe a traidor, mientras Arias, el felón, el canalla, el proimperialista, adeco y copeyano volvía a lucir el velo impoluto de las vírgenes vestales.
Si Tascón, sin embargo, tuviera tenido tiempo y sosiego para acercarse a las revoluciones stalinistas que han precedido a la de Chávez, notaría que no se trata de ninguna novedad, sino de una práctica que prepara el camino de los superpoderosos, en tanto que los que disentían, gente como Trosky, Zinoviev, Kamenev, Bujarin, Liu Shao Chí, Peng Chen, Deng Tsiao Ping, Cienfuegos, Matos y Escalante van quedando en las cárceles o los cementerios como ofrendas a la vesania del dictador.
El espectáculo del viernes al mediodía del ex ministro de la Defensa y general de tres soles, tratado por un grupo de sicarios de la Fiscalía Militar como el peor de los delincuentes comunes, y su esposa sujeta a las agresiones que son usuales cuando hay que demostrar que la revolución no respeta sexos, edades, ni cultura, es demostrativo de hasta donde es capaz de llegar el chavismo a la hora en que sin apoyo popular está condenado a una derrota catastrófica en las elecciones para alcaldes y gobernadores de noviembre próximo.
Un mensaje tan corto, como vandálico y espectral: esto es lo aguarda a quienes se rebelan, a los que no aceptan el poder omnímodo de Chávez, a aquellos que en el ejercicio de derechos consagrados en la constitución vigente tienen el coraje de decir “NO” en cualquier tramo o estación de sus carreras.
Retaliaciones que si se combinan con las ventajas que se les ofrece a los chafarotes adiposos que fungen como comandantes de las cuatro fuerzas, nos llevan a la conclusión de que lo que se trata es de destruir a la Fuerza Armada Nacional, convirtiéndola en un circo donde, de tanto doblarse y someterse los hombres que deberían seguir los ejemplos del general Usón y del general, Baduel, es previsible que en cuestión de unos pocos años ya no exista.
O sea, que los militares en los cuarteles y asustados, presas de pánico, sin más tiempo que el de articular los gestos y palabras que agraden al dictador y expuestos a ridículos atroces como el de la supuesta guerra con que amenazó Chávez al gobierno de Álvaro Uribe, pero solo para concluir arrejuntándosele el antioqueño en la cumbre de Paraguaná de mediados de año.
Pero al lado del objetivo estratégico de destruir al ejército regular para sustituirlo por una milicia popular tumultuaria que haría las veces de guardia pretoriana, Chávez, busca el objetivo táctico y pragmático de no encontrar oposición en la FAN en caso de que pierda las elecciones del 23 de noviembre, y trate de imponerle al país y sus fuerzas armadas la decisión de quedarse en el poder independientemente de lo que expresen las urnas.
Fue, sin duda, su gran falla del 2 de diciembre pasado, o sea, que acató la decisión del pueblo pero en circunstancias que no había previsto la derrota.
Por eso, toda la política de trapos rojos que ha ensayado en los últimos 3 meses (atentados, golpes de estado y magnicidios) no tiene otro fin que promover la abstención en la oposición desatando el miedo, mientras reprime a los oficiales que presume no le son afectos para perpetrar un fraude que ya debe empezar a ser denunciado por los líderes opositores.
¿A quién en efecto está dirigido el incalificable atropello del general Baduel, sino a los oficiales que deben estar esperando el resultado electoral para continuar empujando a Chávez hacia su final?
O sea, que represión, pero la más ilegal, escandalosa, exhibicionista, e injustificada posible, para que los electores y loa oficiales que se activarían para hacer respetar el resultado electoral entiendan lo que les espera si quieren repetir los sucesos del 2 de diciembre pasado.
Trapacerías que deben ser denunciados por la oposición, si de verdad se piensa en darle a Chávez la última oportunidad para comprender que su final está cerca, y aceptarlo, es la única alternativa que le resta para sobrevivir.
Arias y Baduel como héroes y villanos de la revolución
Manuel Malaver
La Razón
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