miércoles, 3 de octubre de 2007

NO a la reforma


Ramón Escovar Salom

Martes, 2 de octubre de 2007

La reforma de la constitución propuesta por el Presidente Chávez es un intento de confiscación del poder constituyente y equivale a la transferencia de la soberanía del pueblo al poder autoritario y militarista. El proyecto se propone abolir la soberanía del pueblo para trasladarla integra y totalmente al Jefe del Estado. El denominado poder popular recuerda en el comienzo de la revolución rusa a la famosa consigna que pretendió cambiar el mundo:”todo el poder para los Soviets”. El cambio fue de corta duración. El poder pasó luego al partido, después al Comité Central, más tarde al Buró Político y por último al Secretario General. Allí lo recibieron las manos ávidas de José Stalin.

En Venezuela el trayecto sería más corto. El viaje es directo y sin escalas. El poder popular o el hipotético esquema comunitario son desde una vez centralistas, sin elecciones, sin consultas democráticas, sin noción ni respeto de lo plural y diverso. Es otra vez Stalin recuperado por el aire del Caribe y apoyado en los ingresos petroleros y en los fusiles rusos. Es Stalin restaurado por la cirugía plástica de los burócratas cesantes de la fenecida República Democrática Alemana que ahora se concentran en la taquilla del socialismo del siglo XXI. Junto a ellos los intérpretes caprichosos del brillante profesor de Filosofía Política italiano Antonio Negri, quien tiene que volver para que compruebe lo que hace la revolución bolivariana con su teoría del poder constituyente.

Lo que está pasando en Venezuela puede parecerse a Cuba o a las que se llamaron democracias populares adheridas al poder soviético. Pero por sus resultados dramáticos en términos de empobrecimiento mantiene una alta semejanza con Zimbabwe. Los procesos históricos son diferentes pero el resultado práctico es pobreza, desnutrición, inflación, desempleo. Allá Mugabe tiene más de veinte años en el poder porque también necesitó tiempo para culminar su proyecto. Los césares revolucionarios están ávidos de tiempo. Como el que se acostumbra a llegar tarde siempre cabalgan sobe las prórrogas.

Una reforma de la constitución como la propuesta en Venezuela este año de 2007 no podría hacerse sino mediante una Asamblea Constituyente. La llamada propuesta afecta el contrato social que suscribimos los venezolanos desde 1811. No es posible hacerlo mediante cirugía menor. Esto no niega el derecho que tenemos a criticar contenidos o formas de la constitución vigente. Pero cualquiera que sea el juicio de valor es la constitución vigente.

A una consulta popular no puede acudirse sin algunas bases mínimas, éticas, jurídicas y políticas. Esto alude a una revisión del registro electoral y la confianza en el árbitro. La democracia es transparente o no es democracia.

Parece ocioso entrar en pormenores y exquisiteces jurídicas sin definir previamente las bases de la legitimidad. Una modificación de la constitución como la propuesta por el Presidente de Venezuela afectaría su legitimidad y el Gobierno sería el primer perdedor. Estaría abriendo las puertas a una crisis histórica aún mayor de la que hoy vivimos. Difícilmente ningún gobernante del mundo podría disfrutar del beneficio momentáneo que le ofreciera la violación de los principios básicos de una comunidad política civilizada en el umbral del siglo XXI.

Añádase a esto los escasos resultados prácticos de una gestión administrativa que además de sus dificultades de transparencia es ineficaz. Al Gobierno le fallan todos los frentes porque la eficiencia del Estado, que ya era escasa antes de 1999, ahora es casi nula. Manifestaciones de insatisfacción salen de todas las grietas de una administración que es claramente incapaz e incompetente. La soledad internacional se hará sentir en la medida en que no sean suficientes los recursos para sostener solidaridades inconsistentes. Sería el drama del poder solitario, con muchas amarguras para quienes las producen y para quienes las padecen. El elixir del poder, tan del uso de los clásicos, es inconciliable con el derrumbe de las inexorables circunstancias fácticas. Los imperios de dos mil años que concibieron Adolfo Hitler y más tarde el último emperador de Persia, fueron de corta y dramática duración.

Este no es un hecho que nos permita ser indiferentes. Lo primero es el no a la reforma. Lo segundo es definir la estrategia de una acción colectiva democrática y abierta que permita identificar cual es la alternativa que disidentes, oponentes e inconformes presentan ante la afligida comunidad de destino que somos venezolanas y venezolanos.
www.analitica.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

MALDITOS BASTARDOS!!!!!!!!!!!!!! SON LA PEOR BASURA QUE HA TENIDO ESTE PAÍS