En plena campaña electoral, el guía supremo dictó sentencia definitiva: Los candidatos del PSUV que cayeran en el campo de batalla recibirían como castigo un viaje sin retorno a la isla Borracha, una porción de tierra ubicada al noroeste de Puerto La Cruz que se caracteriza por su ambiente seco. Algo bastante curioso, si consideramos el nombre de la ínsula en cuestión.
Los “desterrables” creyeron que aquellas palabras se las había llevado el viento. Como lo de acabar con los niños de la calle. Como lo de la universidad en Miraflores. Como lo del parque en La Carlota. Como el grito de ¡muerte a la corrupción! Como la amenaza de cortarle el suministro petrolero a Estados Unidos. Como tantas otras cosas, pues. Pero no, el tiempo del Chávez permisivo se acabó. Eso era antes. Hasta hace poquito.
Cumpliendo su amenaza, el mandatario echó a los derrotados a la mar. Como aún no habían llegado los rusos para darles la colita, el líder bolivariano ordenó que todos zarparan a bordo de la versión criolla de la fragata antisubmarinos Almirante Chabanenko: El peñero Comandante Chabakano. Tremendo destructor.
Depositados en su particular purgatorio caribeño, los Cabello, Di Martino, Istúriz, Chacón y Silva observaron con sorpresa que toda la isla estaba siendo vigilada por un sistema de circuito cerrado. “Claro -pensaron- nuestro comandante en jefe desea protegernos de cualquier amenaza imperialista”. Luego, de entre las piedras saldría Andrés Izarra para explicarles la verdadera razón de aquellas cámaras: Telesur aprovecharía su estadía para grabar con todos ellos la adaptación chavista de la serie Lost. Todos comprendieron, entonces, que en realidad estaban perdidos.
Rojos rojitos, por el ardiente sol que los bañaba, los ex aspirantes recordaron las enseñanzas del maestro. “Tenemos que organizarnos”, exclamaron con alegría. A Diosdado se le ocurrió la idea de crear el Frente Autónomo de Camaradas Socialistas (FRACASO, por sus siglas) y todos se sintieron identificados.
Al momento de repartirse las tareas diarias, Chacón se postuló como ministro de seguridad, arguyendo que él ya había reducido el índice delictivo de Petare en 63%. Sus compatriotas reaccionaron admirados por la estadística. “Jesse pierde todo, menos el sentido del humor”, comentaron. Pese a no tener experiencia en la materia, a Silva le asignaron la labor de evitar que se desbordara la basura en la zona. Cuando preguntó en qué consistía el trabajo, en tono pedagógico el profe Aristóbulo le explicó: “Con mantener tu boquita cerrada basta, Mario”.
Para culminar la implantación de la democracia participativa y protagónica, los nuevos borracheños convocaron a una elección para escoger a sus autoridades. Ninguno ganó porque todos sacaban un voto. El que ellos mismos se daban. Al final, apostaron por la “conducción colectiva del proceso”. Una semana después, desde las costas de Anzoátegui se podía ver que la isla comenzaba a hundirse lentamente.
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