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No se precisa ser un especialista para comprender que una economía como la venezolana, con una disparidad cambiaria tan descomunal – la desproporción entre el dólar oficial y el dólar paralelo ya alcanza el 300% -, se halla al borde de un gran colapso. Sumado a las tremendas presiones inflacionarias provocadas por un gasto público desproporcionado - sólo sostenible a cambio de un factor ajeno a nuestra voluntad, como el alto precio del petróleo en el mercado mundial -, a la angustiosa realidad del desabastecimiento de productos esenciales de la dieta básica, como la leche, el azúcar o los huevos, en gran medida producto de la quiebra de nuestra propia economía, convertida en economía de puertos, no puede sino concluirse que estamos ante una gravísima crisis económica de inmediatos y letales efectos sociales y políticos. La economía venezolana, base de nuestra existencia material, se encuentra profundamente afectada por el desinterés y la incompetencia de los funcionarios de gobierno encargados de esas áreas. Y del presidente de la república, para el cual la economía no ha sido más que el lejano rumor que acompaña sus desvaríos políticos y sus ambiciones de liderazgo mundial. Su preocupación única y esencial ha sido la política: hacerse con el poder y mantenerlo de por vida. Pronto la economía le pasará una factura que terminará por hacer añicos sus sueños dictatoriales.
El derrumbe de las bases estructurales y el funcionamiento de nuestra economía no sólo le despreocupan. Muy por el contrario: constituyen un objetivo prioritario para sus fines estratégicos. Una economía y una sociedad absolutamente arruinadas y las fuerzas productivas – basadas en la iniciativa privada, motor de la economía de mercado - en estado cataléptico son la única garantía para el montaje del régimen totalitario al que aspira. Una sociedad semejante, conformada por un estado todopoderoso propietario de la única fuente de riqueza permitida – el petróleo - y una ciudadanía mendicante y dependiente de sus dádivas ha sido, desde siempre, el mecanismo propio de los regímenes socialistas totalitarios. Es la forma inventada en el siglo XIX para reactualizar el paternalismo tribal de tiempos ancestrales.
La gravedad de la crisis histórica en que nos hallamos radica en el encuentro de esas dos variables, que amenazan con precipitar el colapso del régimen mismo: la variable política, que le está siendo dramáticamente adversa, como lo demostrara su estratégica derrota del 2 de Diciembre; y la variable económica, que pareciera encaminarse aceleradamente hacia una fase terminal durante el año que se avecina. Si a ello agregamos el dramático derrumbe de su prestigio y credibilidad internacionales, el asedio de causas judiciales en tribunales extranjeros que oscurecen sus ejecutorias arrastrando consigo a gobiernos aliados y el creciente deterioro de sus relaciones con los países democráticos de la región y la Comunidad Europea, la conclusión no puede ser más definitoria: 2008 podría ser el año cero de Hugo Chávez Frías. Y de algunos de sus más cercanos aliados y protegidos, como Fidel Castro y Evo Morales: “Es posible que los gobiernos de Hugo Chávez y de Evo Morales no sobrevivan los embates de la reacción en el año 2008 y que el modelo cubano se agote en el 2009-2010, si no se toman medidas realistas de inmediato.” Son las palabras premonitorias del único y gran ideólogo del régimen, Heinz Dieterich. Confirman con extraña lucidez un hecho al que no se le ha dado la debida atención: no es Venezuela quien se encuentra en una encrucijada. Es Latinoamérica.
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Para la oposición, nada más favorable a sus propósitos de conversión de la grave crisis actual que atender a la feliz coincidencia de la crisis económica y social conjuntamente con la crisis política. La precipitación de ésta, por motivos ajenos a la acción de la propia oposición, pondría al país ante la grave disyuntiva de tener que resolver los graves desafíos históricos sin que se hubieran desarrollado plenamente los factores capaces de manejar la crisis y conducirla hacia una resolución pacífica y consensuada.
En tal sentido, nada más errado que buscar atajos y pretender precipitar acontecimientos sin atender a la maduración de las condiciones objetivas mismas. El anhelo de todos ha de ser la transición pacífica y democrática hacia el restablecimiento de la democracia. Lo que pareciera ser perfectamente posible, dada la emergencia de nuevos factores sociales y políticos, la madurez alcanzada por los liderazgos opositores y la crisis aparentemente irreparable en que se ha sumido el chavismo. No sólo nacional, sino internacionalmente.
Todo hace prever un agravamiento de dichas condiciones adversas al proyecto de entronización vitalicia del presidente de la república. Desde luego, todos sus intentos por reeditar la reforma constitucional están condenados al fracaso y no constituyen más que débiles maniobras orientadas a impedir el desbande de sus fuerzas.
Esperar, por otra parte, una súbita reconversión de sus propósitos dictatoriales y un serio esfuerzo por atender a los consejos de buen gobierno, que le son adelantados incluso por los factores más polémicos de la propia oposición, no pareciera estar dentro del orden de las cosas. El profundo impacto de la derrota estratégica del 2-D se debe a que ha alterado no sólo el proyecto mismo, sino el ordenamiento de sus fuerzas. El presidente Chávez advierte de pronto que las instituciones con que creyó contar no están dispuestas a seguir el juego de su propio descabezamiento – nos referimos obviamente a la FAN. Advierte asimismo que un sector fundamental de entre sus propios seguidores le ha dado vuelta la espalda, en razón asimismo de su propia necesidad de sobrevivencia. Y el pueblo hasta hace algunos meses seducido por su magnetismo y su carisma, parece haber despertado súbitamente del encantamiento.
Todo ello se hizo manifiesto en ocasión del proceso electoral, cuando perdiera todos los enclaves más evolucionados y populosos del país y las barriadas más combativas de las grandes ciudades. Una pérdida muchísimo más cualitativa que cuantitativa. Si bien los números que le fuera adversos dan como para pensar en un derrumbe acelerado de su capacidad de movilización electoral.
En tales condiciones, un hombre que no hubiera perdido completamente sus facultades – y el presidente ha sido un hombre de extraordinaria capacidad política – tendría que rendirse a la evidencia de que ha perdido la partida. Y no tiene otra alternativa que la recomendada por el mismo Heinz Dieterich: retroceder, readecuar su cuadro de alianzas, abandonar por ahora todo quiebre institucional y hacer un drástico giro hacia el centro del espectro político. Como lo hiciera en el pasado ante cada contienda electoral.
¿Es posible ahora?
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Debiera serlo, si bien el intentarlo acarrea una grave e inevitable fractura entre los sectores moderados del chavismo democrático – su único y verdadero sostén posible para un giro de esa naturaleza – y los sectores radicalizados que apuestan a una salida revolucionaria. Hoy absolutamente imposible, a no ser mediante un enfrentamiento de impredecibles consecuencias. Y una derrota sangrienta y definitiva. De allí la percepción de Dieterich, según el cual la revolución bolivariana no sólo ha de ser cancelada. Sino que se encuentra en una grave encrucijada, posiblemente sin salida. Con el agravante del fin del castrismo, que parece encontrarse ad portas.
La crisis comienza a degenerar en descomposición moral. Todo indica que el juicio que se le sigue en La Florida a algunos jóvenes empresarios pertenecientes a la llamada “boliburguesía” –Kaufmann, Durán, Antonini y otros – irá desenvolviendo los entresijos de una trama sucia y muy tenebrosa de dineros, compras de conciencia, corrupción de alto nivel, intromisión en financiamiento de campañas de aliados en la región – de la que posiblemente no se salvará ningún gobierno de izquierda electo en los últimos nueve años – y posiblemente interioridades del modo y manera como el régimen ha tejido sus redes de influencia y sus mecanismos de consolidación electoral.
Tanto Kaufmann como Durán han sido no sólo capaces de montar verdaderos imperios financieros. Lo han hecho gracias a su capacidad de integrarse a la trama de altos oficiales, gobernadores, alcaldes, políticos y funcionarios del régimen. PDVSA no saldrá indemne de esta grave prueba. Algunos gobernadores y ministros tampoco.
Es éste uno de los factores que profundiza la crisis entre los sectores revolucionarios del chavismo, ajenos a la siniestra urdimbre de componendas, negociados y corruptelas imperantes en el entorno presidencial, y aquellos que pretenden seguir gozando de sus prebendas y prerrogativas. Importantes personajes del régimen están tan gravemente cuestionados, que difícilmente podrán enfrentar sus desafíos electorales. Imposible olvidar el próximo proceso electoral, al que el régimen se presentará en las peores condiciones de su historia.
Una ocasión extraordinaria para que la oposición avance sus fuerzas y comience la recomposición de sus espacios de Poder, esenciales para la reconstrucción del tejido político y social, pero sobre todo institucional de nuestra democracia. Las alcaldías y gobernaciones han de ser el objetivo inmediato. No podrá reconquistarlas si no comprende la inmensa trascendencia del momento histórico que vivimos, no pospone sus intereses grupales, no avanza hacia la unificación de todas sus fuerzas y no apuesta por ese gigantesco salto al futuro de la modernidad que la historia nos exige.
Dios la ilumine en el intento.
Antonio Sanchez García
http://blogs.noticias24.com/escritos/?p=61
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