Mario Villegas comenta, en su columna de hoy en “El Mundo”, la visita de Piedad Córdoba al CNE, ocasionada, al parecer, porque “le pegó en la calle un agudo dolor de barriga de inaplazable e inequívoco desenlace”.
Agradecerle y no reprocharle es lo que tendríamos que hacer con Piedad Córdoba si termina siendo cierto lo que una tarde le oí por radio al periodista Rafael Fuenmayor, en el sentido de que la misteriosa y aparatosa visita de la senadora colombiana a la sede del Consejo Nacional Electoral fue forzada por una “urgencia fisiológica” que la atacó en pleno centro de Caracas.
Según esa versión periodística, a doña Piedad le pegó en la calle un agudo dolor de barriga de inaplazable e inequívoco desenlace, muy similar al que hace algún tiempo le dio al presidente Hugo Chávez Frías y quien casualmente dedicó buena parte de su antepasado “Aló, Presidente” a contar con lujo de detalles la curiosa peripecia de un Jefe de Estado en cadena nacional de radio y televisión con insoportables ganas de hacer pupú. Relato que, por cierto, algunos adulantes atribuyeron a una “genialidad comunicacional” de Chávez que le habría sumado muchísimos adherentes. Pastoso modo de sobarle el ego al Presidente.
Pero sigamos. En medio de aquel torbellino intestinal, la senadora se vio en la misma embarazosa circunstancia que padecen día a día sopotocientos transeúntes que circulan por cualquier avenida caraqueña sin poder acceder a un baño público para drenar sus apremios fisiológicos. Ni en los 40 años de la cuarta república, ni en los 10 de la quinta, los gobiernos de turno construyeron baños para que los millones de ciudadanos que transitan por las calles tuviesen facilidades para ir a un sanitario en caso de necesidad. Aunque es justicia reconocer que, al menos, el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez decretó que los restaurantes y demás expendios de comida dispusieran obligatoriamente de salas de baño para el público y empleasen a un trabajador para su mantenimiento. Y que la logística del chavismo en el poder incluye, aunque sean provisorios, sanitarios portátiles para sus actos proselitistas, a sabiendas que los compatriotas acarreados en buses desde todos los rincones del país pueden llegar a Caracas con legítimas ganas de ir al baño.
Pudo tal vez la senadora Córdoba recurrir velozmente a algún establecimiento de las cadenas de comida rápida y liberarse allí de sus apremios, como hábilmente lo hacen muchos caraqueños. Pero había dos problemas: el primero, que ella con su famoso turbante no pasaría desapercibida como cualquier mortal que se cuela y usa el baño sin consumir nada en el sitio. Y segundo, que casi todas esas cadenas son de procedencia imperialista y quién sabe qué riesgos podrían representar para su seguridad física o su imagen pública.
Así que decidió irse al CNE, donde le dieron fácil ingreso a ella y a su inamistosa custodia policial. Lástima que los venezolanos, aún en la fase terminal de sus emergencias fisiológicas, no tengan el mismo derecho electoral de tan ilustre visitante.
Muchas ciudades europeas exhiben por doquier baños públicos higiénicos y seguros. Un servicio concebido no sólo para satisfacer a sus conciudadanos, sino también al turismo interno y externo que les llega por montón. Si a partir de este episodio, las autoridades asumen su responsabilidad de ver aquí un problema de higiene y salud pública y se las ingenian para que las ciudades sean dotadas del montón de baños públicos que les hacen falta, tendremos que darle las gracias a la senadora colombiana.
Es verdad que también hacen falta muchas papeleras en las calles, aunque la basura puede usted botarla un poco más adelante. Pero eso que provoca dolores hasta a las más encumbradas barrigas, las más de las veces no.
Un baño por Piedad
Mario Villegas
El Mundo
1 comentario:
solo un estupido, podria hacer una cosa como esta! muy seguramente le falta ilustrarse, madurar y mucho amor porque no le deben querer en la casa....... imbecil!
Publicar un comentario