Superman con catarro
La revolución ruge; el Jefe convoca a zafarrancho de combate; los milicianos lubrican las armas; los tanques de guerra, atiborrados de carburante, dejan oír el sonido de sus orugas; la infantería coloca la rodilla izquierda en tierra (en realidad, en almohadillas confeccionadas al efecto); la artillería afina la puntería; los marineros se aprestan a defender la ciudad desde la quebrada de Catuche, mientras que los aviadores encienden los motores para el combate, como paladines insignes del cielo soberano. Los cantos patrióticos se esparcen entre la multitud y los coros de los pioneros se pasean entre las tropas; los voluntarios del Segundo Frente (etiqueta doble/el mejor de oriente/con sabor a roble) entonan La Internacional y, más allaíta, Cachirulo Peña, el ministro de Asuntos Superficiales, arruma las vituallas.
Ante ese escenario que huele a pólvora, salta un guasón detrás de las cortinas, tropieza con los tanques de guerra de cartón, que se caen; los cañones se cimbran por la humedad; los aviones de plástico se derriten ante el calorón que los envuelve; los “extras” se levantan fastidiados pidiendo sus 200 bolívares fuertes; la jefatura revolucionaria allí presente se disuelve entre pitos, flautas y flatos; y, al final, el público aburrido se marcha sin que el canto bolivariano llegue a concluir. La impostura llega a su fin, el Comandante Batata se retira al Casino, mientras el Generalísimo se queda en calzoncillos, se mete bajo el edredón, y la revolución se transforma en depresión.Los Tics de Mi Comandante en Jefe.
Chávez se ha vuelto cacofónico. El sonido marcial de la trompeta matinal se ha transformado en una rockola permanente, con música tecno y a todo volumen, como la de esos graciosos en sus 4×4, que le echan a perder un día de playa a cualquiera. Ya se conoce que cuando el tipo no sabe qué hacer, hace como si todo estuviera planificado milimétricamente, y en su incontinencia teatral da órdenes que con frecuencia son de cartón piedra. “Muéveme los tanques”, “me los metes presos”, “ocúpame esas plantas de oligarcas”, y así, hasta el fin del Aló, Fastidio.
Cuando Chávez está derrotado, pela por el crucifijo y pide perdón; cuando está débil, pero no derrotado -como es el caso actual- pisa el acelerador a ver qué sale de su audacia. No es un táctico genial, pero siempre, ante la duda, ataca; en los momentos de incertidumbre, arremete. Esconde su debilidad en sus gritos y disimula su perplejidad moviéndose como un loco.
Cuando no se comprende el tamaño de la debilidad del régimen se suele pensar que se ha fortalecido y en realidad lo único que termina fortaleciendo a Chávez es la incomprensión que sus oponentes tienen de sus inaniciones y desfallecimientos.
El Ser y la Nada.
Las famosas misiones y el oro olímpico ilustran, como muchos otros aspectos, la naturaleza de la pantomima revolucionaria. Las misiones no existen y las fortalezas deportivas con las que el régimen iba a lucirse después de Beijing, tampoco. Los pobres que debían beneficiarse de las primeras, saben que son un fiasco; los deportistas sometidos al escarnio de la propaganda oficial saben que la concepción deportiva que los envió allá lejos, también. Sin embargo, en ambos casos al Gobierno no le interesa ni le importa lo que ocurre, sino el potencial propagandístico, la forma que esconde un contenido falaz. Hablan del oro deportivo con una locuacidad sólo comparable a la miseria que producen a los deportistas, a quienes se convierte en fracasados por el hecho de haberlos rotulado como seguros receptores de medallas de todos los metales. La conclusión repugnante a la que la lógica oficial lleva es que el Gobierno hizo todo por el deporte, pero que los deportistas se estrellaron por su propia cuenta.
También las misiones son una engañifa. Todas están destruidas, pero el Gobierno habla de ellas como si existieran, como si funcionaran y como si los beneficiarios constituyeran un universo de seres satisfechos. Claro que los burócratas saben que las misiones ya no sirven ni para repartir dinero, pero actúan como si funcionaran.
Lo que existe es pura ficción y, muchas veces, el error de enfoque de los opositores los hace jugar el libreto del Gobierno, como, por ejemplo, cuando aseguran que un próximo gobierno democrático “tienen” que continuar las misiones como si éstas existieran de verdad.
Las Debilidades.
No es que la economía va a colapsar mañana. Allí está el petróleo consolador que amortigua, disimula, trae alegrías de corto plazo y los males los distribuye en el largo plazo. Sin embargo, el desastre del manejo económico del país es notorio y ya algunas bubas melancólicas y forúnculos malolientes se dejan ver en la ajada piel del proceso.
Los que gastan los reales no saben cuánto hay; no existe contabilidad; crece la inflación, la deuda y el déficit. La mesa del venezolano está rodeada de voraces bichos de veinte patas que cuando no le ocultan la comida se la encarecen. En el futuro puede venir un “paquete económico” que consistiría en echar mano de automercados, empresas productoras de alimentos, y bancos, pero tales medidas no evitarían ese virus inflacionario que carcome a las familias más humildes.
En este marco, el descontento social y político no hace sino crecer. A diario hay decenas de manifestaciones pacíficas o violentas y a sus participantes cada vez les importa menos si son chavistas o antichavistas sus vecinos de protesta. Poco a poco el rostro de los trabajadores asoma su descontento, que se suma al de los sectores que ya lo han expresado desde antes.
La arremetida reciente de Chávez debe tener múltiples explicaciones, desde las psicológicas hasta las marxistas-leninistas, pero una de ellas es la necesidad de compactar las filas de los que ya no lo aprecian como el noble líder que los empuja hacia arriba, sino como el collar de bolas criollas que amenaza con lanzar hacia el foso a los recién llegados a la élite política, económica y social.
A Punto de Caramelo.
Las debilidades del régimen son evidentes. Basta conversar con algún chavista; eso sí, con discreción, para saber que están en la fase en la que quieren deshacerse de Chávez, pero conservando las posiciones o ventajas que han obtenido; tal es el dilema del chavista típico, que no quiere volver ahora al lugar social o político donde estaba, pero considera que quien pone en peligro sus logros es, paradójicamente, el propio líder.
Precisamente porque Chávez sabe dónde le aprieta el zapato es por lo que huye hacia delante. Si la disidencia democrática y el chavismo que está harto, no entienden esto, lo van a tratar como un todopoderoso imbatible y si lo tratan como tal, se convertirá en tal.
Su tinglado está en pie, pero está averiado. Ha controlado el país, pero sus brazos ya son débiles para mantener el control. Lo que más lo fortalece es la acción de los que se le oponen cuando lo tratan como invulnerable y le dan tiempo.
Tiempo de palabra
Carlos Blanco
El Universal
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