Antonio Caldera, uno de los casi doscientos pequeños comerciantes que compraron un local en el Sambil de la Candelaria, cuenta su historia:
“Empecé haciendo ropa íntima femenina en el puesto de estacionamiento de un amigo que vivía cerca del mercado de Guaicaipuro. Tenía veinte años, muy pocos bolívares en el bolsillo, y estaba recién casado: no había manera, tenía que echar pa’lante como fuera. Además siempre he procurado no depender de nadie en materia laboral.
La primera expansión de nuestra “fábrica” (apenas un negocito, la verdad) la conseguimos derribando una pared. Después mi esposa y yo nos mudamos a un salón de fiestas, y era un amigo quien nos hacía el mercadeo, y con un folletín se iba de tienda en tienda ofreciendo nuestros productos.
Mi primer local comercial, por supuesto alquilado, estuvo en Catia, en la avenida Atlántico. Con casi trescientos metros cuadrados, era todo un lujo, un sueño para mí, que estaba acostumbrado a trabajar hacinado. Modestia aparte, mi esposa y yo hacíamos muy buena ropa y por eso nos fue bien, al punto que llegamos a comprar casi cuarenta máquinas industriales. Todo lo invertíamos en el negocio, pues por entonces ni siquiera casa propia teníamos todavía.
En el año de 1990 enfrentamos nuestra primera crisis, pues era más barato importar que producir la ropa. Yo no tenía experiencia en ese ramo, pero tuve que adaptarme, y así empecé a importar ropa en vez de fabricarla. Logré sobrevivir.
En 1993 compré por fin mi primer local, aunque todavía estaba en obras: estaba en el Sambil de Chacao, que abriría sus puertas cinco años después.
Allí he estado desde su inauguración con esta tienda de artículos de peluquería, y me ha ido de lo mejor. Desde entonces he tenido y vendido tienditas en Guarenas, en el centro Comercial Galerías, en Sabana Grande y en las Torres de El Silencio, pero sólo aquí el negocio ha resultado de verdad rentable.
Por eso decidí comprar hace tres años un local en el Sambil que iban a construir en la Candelaria: sabía que sus dueños eran gente seria, que no me estafarían. Me endeudé con los bancos, con mis amigos, hice mil sacrificios de los que sólo mi familia y yo estamos conscientes, pero no me importó: valía la pena, era la justa recompensa tras veintiséis años de trabajo ininterrumpido (se dice y se escribe fácil, pero nadie se imagina por todo lo que he tenido que atravesar para llegar hasta aquí).
Ahora el Presidente anunció la posibilidad de expropiar todo el centro comercial Sambil de la Candelaria y la verdad es que no sé qué hacer o qué pensar. Mi esposa llora todos los días, y yo siento que me están robando, que van a perpetrar por fin la estafa de la que toda mi vida me he estado cuidando.
Hace más de tres años que están construyendo ese centro comercial y hoy es que el Gobierno, que tiene diez años de haber asumido, viene a preguntar por los permisos. ¿Es un chiste? ¿Dónde escondieron la cámara?
Dicen estar preocupados por el tráfico, pero no han construido ni una vía alterna para la ciudad en diez años de gobierno. Además, ¿acaso creen que un hospital, un centro de arte o lo que fuere no va a generar un problema vial? Al menos el Sambil hizo que se revalorizaran todos los apartamentos de los alrededores, pero qué creen que pasaría con el valor de los inmuebles si allí se construye, por ejemplo, un Mercal.
No sé qué voy a hacer si finalmente consuman su amenaza y terminan pagándome lo que les dé la gana y cuando les dé la gana. Mi esposa me dice que nos vayamos a otro país como han hecho tantos amigos nuestros ante tantos atropellos, pero yo soy venezolano, aquí tengo mis hijos, mis amigos, mi historia, mis 46 años de vida. Lo que he conseguido lo he hecho gracias a la constancia y la honestidad, por qué me voy a ir como si fuera un delincuente. Me meteré a guerrillero, me iré a tirar piedras a Miraflores, pero tengan la certeza: yo de aquí no me voy”.
El Universalhttp://www.eluniversal.com/2009/01/04/ccs_art_siento-que-me-quier_1210840.shtml
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