domingo, 22 de marzo de 2009

Caracazo del siglo XXI


Caracas huele a azufre, a pólvora, a sangre seca sobre el asfalto caliente. Hablo de Caracas, la completa, la de verdad. No la limitada cuadrícula urbana (unas cuantas avenidas, dos autopistas, 30 centros comerciales), sino esta inmensa ciudad compuesta por casi cinco mil barrios, en la que sobreviven siete de cada diez caraqueños.


En nuestra ciudad hay tensión. La crisis económica -esa que para la clase política sólo existe en las estadísticas y en los titulares- para el caraqueño de a pie significa desempleo y subempleo. “Rebusque”, pues. Poner comida en la mesa cuesta mucho más trabajo que antes. Y trabajo es lo que no hay. Hay “resuelve”, hay “vamos a ver”, hay la misión o la bequita, ayudas que se agradecen aunque, de “solucionar”, en realidad no solucionan nada… Pero trabajo, lo que se dice trabajo, es decir: 15 y último seguros, cesta tickets, prestaciones, jubilación y cesantía, de eso “no-hay”. Y si el plan oficial de cerrar la Polar se materializa habrá todavía menos. Muchos obreros colombianos se beneficiarán de los puestos de trabajo que en Venezuela desaparezcan.

Junto a la crisis económica, y estrechamente relacionada con ella, esta la crisis social. Sin agua y con basura, con hampa y sin médicos, con huecos en las calles sin alumbrado, todos los días estalla en cualquier rincón de la ciudad una protesta distinta. Cuando no son los maestros son las enfermeras, o los transportistas, o los trabajadores del Metro, o los de la Electricidad de Caracas. Y esos son los caraqueños con suerte, los que tienen a quien reclamarle. Los sin trabajo, los que tienen años viviendo arrimados esperando viviendas, los profesionales metidos a taxistas, los taxistas convertidos en buhoneros, los buhoneros desplazados a ninguna parte integran una masa ardiente, una especie de lava humana, que quema lo que toca y anuncia erupción.

Estos desarrollos en lo económico y lo social se producen sobre un tercer vector: la nueva y morbosa gramática de la violencia. Hace unos días, el cadáver de un compatriota asesinado en La California presentó cincuenta disparos. A los forenses les costó trabajo recoger el cuerpo, que se desmigajaba. En otro sector de la ciudad días antes asesinaron a un joven de 17 balazos en la cara. Aparecen cuerpos amarrados de pies y manos, empalados por el recto y con tiros de gracia. Crímenes especialmente crueles, usados para enviar mensajes a la banda rival, a la policía o a los vecinos, sobre la reafirmación de una hegemonía hamponil o sobre el advenimiento de nuevos dueños del barrio. Cuando los pistoleros salen a cazar a sus rivales y no los encuentran igual dejan un reguero de cuerpos, usando sangre inocente para marcar territorio. Las violaciones ahora son también una manera de cobrar afrentas o enviar advertencias. Todo esto en medio de la total desaparición de eso que alguna vez se llamó “el Estado de Derecho”: En el barrio, el sicariato es la informalización de la justicia, y el linchamiento es la informalización del sicariato.

Es en este contexto terrible que el ciudadano Presidente de la República se permitió afirmar que “si aquí hay de nuevo un Caracazo no será contra el gobierno, sino contra la burguesía, así que prepárense”. Una frase para el libro de oro de la irresponsabilidad hecha gobierno. Hace 20 años, indignación social y pillaje organizado se volvieron un solo torrente de manos vacías, que se fueron llenando de electrodomésticos y bolsas de comida. Ahora pistolas y granadas ocupan esas manos. Un Caracazo hoy sería algo muy distinto a lo ocurrido hace dos décadas. Y es una necedad criminal suponer que se puede jugar impunemente a la violencia.

“En los barrios de Venezuela todos los días hay un pequeño 27 de febrero” afirmó hace poco, con dolida razón del alma, Liliana Ortega. Es verdad. La ciudad y el país se desplazan hacia el barranco de una violencia que no somos capaces siquiera de imaginar, mientras el gobierno sigue jugando a que Venezuela es un laboratorio para su experimento político, la oposición se concentra en sacar cuentas sobre cuantos diputados obtendrá el año que viene y lo que queda de la empresa privada se debate entre el exilio y el acomodo, con las valientes excepciones de rigor.

¿Opciones? ¡Claro que las hay! Pero hay que meterle el pecho, hay que “jugarse el físico”. No se trata de valentía individual. Se trata de sentido común: Si perdemos este país nadie nos regalará otro. E irse para otro sitio, a ser ciudadano de tercera y aspirar a que algun día nuestros nietos sean aceptados como iguales, para muchos no es una opción. Evitar el desastre es -aún- posible. Construir una Venezuela de todas y todos, de adentro hacia fuera y de abajo hacia arriba, es un sueño realizable. En todo caso, hay con qué: Siete de cada diez ciudadanos simpatizantes del oficialismo asumieron originalmente esa posición porque querían cambiar el pasado, no porque estén metidos en la rosca cínico-militar de aprovechadores del poder. Igualmente, ocho de cada diez compatriotas que apoyan a la oposición lo hacen porque quieren cambiar el presente, no porque quieran volver al pasado. Hay un país, pues, hambriento de cambio y harto de la demagogia de los caudillos y de los cálculos grises de los operadores de la política convencional.

Nosotros, que trabajamos día a día desde el barrio, desde el dolor del pueblo, desde su desconcierto y su rabia, lo vemos con claridad: Ya no hay para donde correr la arruga. Acusar al gobierno y quejarse de la oposición no nos hacen avanzar un centímetro en la dirección correcta. Es necesario CONSTRUIR alternativas. Como están haciendo los sindicalistas chavistas y opositores que crearon Solidaridad Laboral. Como hicieron los médicos de Caracas al formar la Red de Sociedades Médicas. Como lo esta haciendo la Sociedad Bolivariana de Medicina General Integral, enfrentando los abusos y amenazas del coronel-ministro. Como esta haciendo la gente de “Catia Somos Todos” y Pro Catia, formando un frente de vecinos para lograr la elevación de esa gigantesca parroquia a la condición de municipio. Como están haciendo dirigentes políticos como Carlos Ocariz en Petare, Carlos Texeira en Vargas o Andrés Bello en Libertador, haciendo política desde la gente y con la gente todo el tiempo, no sólo cuando viene la campaña electoral.

El país esta al borde del abismo, y si se produce la caída no hay red de salvamento. Hay que construir esa red. Cada quien desde su espacio, participando, con coraje ciudadano y vocación de encuentro. Cada quien en lo suyo defendiendo lo que es de todos: ¡Venezuela!


6 comentarios:

Sammy Landaeta Millán dijo...

Hola. Muy interesante, ilustrativo y actual, el contenido de su blog. Gracias por la visita Yetro. ¡Felicidades!
Saludos.

Yetro dijo...

Gracias, Sammy, salu2.

Mascioli Garcia dijo...

Protesto el atropello a Piggy. Ponerle la cara de ese infeliz es UN ATROPELLO grrrrrrrrrrr.

Mascioli Garcia dijo...

Fui yo, Magda, en defensa de Piggy.

Silvestre dijo...

Que terrible situación, en la que se encuentran inmersos, es patético pensar que una persona con tantas ansias de poder y de gloria sea un gobernante de algún pais, pobre Venezuela ojalás no pase a mas este percanze ocacionado por el Socialismo de Chavez, que de Social no tiene nada ...

Yetro dijo...

Magda:

Tomo nota de la protesta. Que conste en actas.

Salu2



Silvestre:

Así, amigo. Estamos realmente super-jodidos con este condenado cabrón militar que nos tocó en suerte. Esto no es "socialismo", es autoritarismo, militarismo, totalitarismo, etc., cualquier cosa menos "socialismo".

Salu2