viernes, 20 de febrero de 2009

¡Claro que sí caduca!


Esta moda por la política entre los chamos, es el desafío más difícil que haya enfrentado Chávez.

Concedamos que fue una victoria contundente. Concedamos, también, que su porcentaje es comparable con el alcanzado por el Presidente en 1998. Es cierto que no logró repetir su votación de 2006, pero el triunfo resultó categórico, aunque claramente degradado por el más obsceno ventajismo que haya conocido Venezuela…


No obstante, las similitudes no ocultan la gigantesca diferencia que existe entre los trofeos de diciembre de 1998 y febrero de 2009. Aquél de hace 10 años estuvo envuelto por el manto de las gestas. El del domingo pasado, en cambio, está desprovisto de honorabilidad. La victoria fue sombría: sus seis millones de votos tuvieron un alto precio. Los atropellos cometidos para su suma, consolidaron al bloque democrático hasta transformarlo en una compacta masa de hormigón, cuyo decidido crecimiento sí tiene mucho de proeza y de gloria genuina. Muy a su pesar, Chávez ha fracasado en la “misión aniquilamiento”: el país democrático -que antes era presa fácil de la emotividad- se convirtió en una mole irreductible, que -estimulada ahora por la energía inspiradora de los jóvenes- aprendió a no desmoralizarse y a mantenerse porfiada y erguida. Sin pretender relativizar los resultados, que beneficiaron sin ambages al “proceso”, lo que está a la vista es igualmente palmario: no hay hegemonía. Chávez sigue teniendo un poder impetuoso e innegable, pero las raíces de la idea democrática adquirieron, en esta batalla, una profundidad y una fuerza tan descomunal como lozana.

Los jóvenes universitarios configuran un fenómeno extraordinario. Ellos son el cemento que fortificó el postulado democrático y la savia que ha hecho de la revolución un proyecto envejecido, condenado a la caducidad; un proyecto de vigencia limitada, cuyos rostros y discursos son -para el nuevo auditorio que el tiempo ha reciclado- un pasado gangoso, exponente de una venganza añeja de la que no hacen parte las generaciones emergentes. Salvo la represión, “el proceso” no tiene cómo pulverizar este curso natural de las cosas. Ni la reforma educativa sería del todo eficiente… Así, y aunque Chávez se ha garantizado su candidatura, la aspiración de la juventud, de protagonizar un cambio, opaca los brillos del triunfo e inicia una fase lapidaria de contrastes éticos y morales. Esta moda por la política, que hace furor entre los chamos, es el desafío más difícil que haya enfrentado el Presidente. El entusiasmo de la juventud, la frescura que le añadieron a la propuesta democrática, la sencillez de sus discursos de aprendices y su independencia de las vendettas del pasado, deprecian el futuro de Chávez y le ratifican, a pesar del 15F, una fecha de vencimiento… La victoria no resolvió su caducidad. Una firme mole de concreto se ha levantado: el deseo de los jóvenes de construirse un país distinto al único que han conocido desde niños.

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